¿Sabes? todo hay que sentirlo, notarlo, palparlo en lo más profundo de tu ser...

jueves, 28 de junio de 2018

Soledad y abandono:


Si has entrado aquí es porque el título de ésta entrada ha resonado contigo, de una manera mucho más profunda de lo que imaginas. Y es normal, creo que la sensación de soledad y abandono son las heridas más primigenias y comunes en la humanidad y en cada persona que la compone. 

Quizás debido a ésta herida, que nos sangra más a menudo de lo que nos gustaría, tendemos a estar en la búsqueda constante de llenar un vacío que cuando lo sentimos es frío, amargo y desgarrador. Por esa brecha se escapa toda nuestra conexión con el presente y con lo divino... Esta sensación puede durar unos instantes, algunos días o inclusos meses. En éste texto me gustaría compartir algunas percepciones que no creo sean la verdad absoluta, pero que sinceramente proyectándolas por escrito me ayudan a tener otra percepción, deseo que a ti también te ayuden de alguna manera. 

Creo que sólo hay dos cosas realmente impactantes en la existencia Y cuando me refiero a impactantes quiero recalcar que hay una verdadera conmoción física, energética y espiritual. Esas dos cosas son: nacer y morir.

 Nacemos empujados por el primer amor de nuestra vida: nuestra madre. Pero venimos solos, incluso aunque en el parto estemos acompañados por un hermano o hermana (o hermanos o hermanas). Cruzar ese umbral de las entrañas y lo primigenio, del milagro científico y biológico, a la vida tangente, a la realidad a lo estipulado, al mundo de fuera. Salir de la oscuridad acuática del cobijo y la protección, de que recibimos todo lo que necesitamos, a una luz cegadora donde también habitan sombras y donde todo lo que necesitemos, a partir de ahora, va a tener que ser pedido, solicitado, luchado, buscado, trabajado, creado... Pasamos de un milagro a otro, en unos instantes. 

El nacimiento es un proceso que luego llevamos continuamente en nuestra vida, de ahí que muchas veces sintamos un renacer de nuestra propia persona y de nuestra propia vida. Algo similar ocurre con la muerte y con sus miles de formas; por un lado tenemos la muerte del cuerpo, el cual llega a su punto de 'no retorno' y termina apagando todos sus interruptores, éste es un camino de despedida y de regreso a otro lugar, a otra forma, a otra vibración... La respiración se apaga, el cerebro se desconecta, el corazón se para, la sangre se estanca... Y aquello que rebosaba vida, termina convirtiéndose en un recipiente vacío. Nos llevamos los recuerdos, las enseñanzas, las emociones, las experiencias... Esa es la única maleta con la que podemos cargar para cruzar al otro lado de la línea.  Pero igual que ocurre con nacer y venir al mundo, es un acto de soledad, un camino individual y personal, intransferible e inevitable. 

Estamos preparados para caminar largos tramos de soledad porque ya venimos al mundo completamente solos y nos marchamos de la misma manera, sin embargo... Qué duro resulta a veces ¿verdad?. 

Es natural experimentar sensaciones y percepciones donde pensamos que nos estamos rompiendo por dentro, donde sentimos que nos deshacemos, que todo se vence, que no hay donde poder apoyarse... Y creemos estar sumidos en un profundo pozo donde ni la mano de los que más nos quieren alcanza para sostenernos. Ésta sensación puede hacerse aún más "potente" cuando justo estamos pasando por procesos donde nuestra vulnerabilidad está más a flor de piel, cuando hemos descubierto nuestros miedos más profundos y sensibles, cuando nos hemos desnudado completamente o cuando hay algo realmente frágil de lo que estamos pendientes y que es un cambio brusco en nuestra vida. Es también una sensación agotadora para aquellas personas que viven enfermas o que realmente sienten que tienen que hacerse cargo de todo aunque su cuerpo físico, en muchas ocasiones, parezca que no da para más y el agotamiento les azota con un inesperado sopapo. 

Todos arrastramos esa desdicha de soledad y junto con ella, muchas más veces de las que pensamos, también arrastramos una común sensación de abandono. Creo que muchas veces somos adultos, como dije en otro texto hace algún tiempo, por imperativo legal y creo también que nunca dejamos de ser esos niños que necesitan del abrazo de sus padres, del cobijo de su hogar, del "estoy orgulloso de ti" que te transmite la familia, de la estabilidad emocional de unos pilares que pueden ayudarte con todo... De ese círculo ancestral que parece haber perdido importancia en ésta sociedad y sistema con el que nos toca malvivir. Volver a la conexión de tribu, unión, pandilla, grupo. 

Es normal que existan días donde hasta lo más pequeño pueda dolerte con una profundidad inexplicable, donde creas que un leve roce con algo que parecía "no tener importancia" de repente te ha hecho romperte en miles de trozos que han salido volando por los aires.  Es normal que los días que te acuestes sollozando o con una catarsis agotadora donde lo único que imploras a la vida es que elimine de raíz esa sensación tan extenuante de no sentirte en compañía y de creer que estás ahí con la obligación de sostener y de aguantar viéndote forzado a mostrarte fuerte aunque por dentro te sientas dolorido, roto, desabrigado... 

Hay personas que nacen con ésta sensación ya muy arraigada y desde pequeños la muestran, otros sin embargo la experimentan conforme la vida les pone en el camino "desagradables" situaciones. Y cada humano enseña esa herida con un sinfín de arquetipos y comportamientos, por ejemplo, hay personas que se muestran muy independientes y extremadamente resistentes ante cualquier adversidad porque se han convencido a si mismas de que es la única manera de sobrellevar esa soledad, sin embargo cuando esas caretas se vienen abajo y les toca hablar de manera sincera y abierta sobre esa emoción parece que todo se derrumba, como un árbol que cae tras ser golpeado por un rayo. Otras personas son más emotivas y necesitan descargar ésta pesadumbre con llantos. Otros crean necesidades para enmascarar ésta realidad, otros buscan inspiración a través de la experimentación de la soledad y el abandono, otros se aíslan, otros tiran la toalla, otros temen abrirse realmente a los demás... En fin, mil maneras y dos mismas heridas compartidas: soledad y abandono. 

Todos tenemos un registro de recuerdos, sobretodo de la infancia y la adolescencia, donde personas que creíamos fuertes, protectoras e importantes no estuvieron a la altura de nuestros dolores. Estos registros son también los que se revuelven cuando en nuestra vida de adulto algo despierta éstas aflicciones. Quizás papá o mamá no estuvieron allí aquel día que te caíste, quizás normalizaste una conducta que con el tiempo viste no era positiva y sentiste que realmente abandonaron su papel de protección de tu inocencia, quizás no tuvieron en cuenta tu verdadero sentimiento y emoción haciendo todo lo contrario a tu necesidad (aunque fuese con su mejor intención), quizás te hablaron mal cuando aún eras un bebé y no tienes recuerdos mentales pero sí existe una sensación de familiaridad con ésta posibilidad, quizás no te arroparon con tu peor experiencia, quizás no pudieron o supieron sostenerte ante el descubrimiento de la primera cosa que más miedo te dio, quizás procuraron hacer de menos algo que para ti sí era de más, quizás no te dijeron suficientes veces que te aman y te quieren, quizás nunca pronunciaron lo orgullosos que se sienten de tu camino recorrido, quizás nunca te dijeron lo que realmente admiran de tu persona, quizás te culparon por algo de lo que en realidad se culpaban a si mismos... Sea por lo que sea, cada cual en su historia sabrá bien, es cierto que al final la vida es de alguna manera un vaivén dentro de éstas inherentes sensaciones que nos acompañan, incluso, hasta el final de la existencia. 

Soledad y abandono son las lesiones más profundas de nuestra mente, también de nuestro ego, a veces incluso de nuestro corazón o de nuestra alma. Son las emociones que más nos agotan, porque soportar la vida física y ésta realidad muchas veces es durísimo, aunque nos de vergüenza, miedo y timidez reconocerlo. 

¡Joder! Vivir no es nada fácil y es normal, muy normal, que existan días donde sientes que no puedes ni respirar más. Cuando te toca estar yendo y viniendo y buscando soluciones constantes mientras convives con tus propias inquietudes y surgen los terribles problemas inesperados a los que tenemos que hacer frente a la vez que intentamos seguir manteniendo éste camino de supervivencia, construcción, conexión y búsqueda constante de plenitud. Es normal que tengas días donde te agotes, que termines tan cansada o cansado que sientas que estás más solo que nadie, que incluso te de rabia la ausencia de algunas personas a las que tanto quieres pero que a regañadientes te toque aceptar que cada uno tiene su vida y que no todo el mundo, por desgracia, puede ofrecerte siempre que lo necesites un hombro para llorar, por eso cuando ocurre lo valoras con muchísimo más entusiasmo... Porque sabes lo difícil, duro y cuesta arriba que supone vivir cuando hay una ausencia de apoyo físico, de hombro con hombro, de trabajo en equipo donde poder liberarte, aunque sea por unos segundos, de algunas de esas cargas. 

Y no, no hablo de dependencia. Hablo de que ya basta de desarraigarnos de lo natural, que somos seres humanos y animales sociales y tenemos necesidades emocionales que bien merecen ser nombradas, admitidas, reconocidas... Sin que supongan un tabú. Que tenemos registros emocionales, psicológicos, kármicos... Comunes en todos desde, prácticamente, la primera aparición del primer ser humano y no es malo decirlo "yo también lo vivo, yo también tengo días donde me siento completamente solx" o "yo también sé que a veces resulta difícil levantarse por la mañana cuando te viene un recuerdo, una sensación o un choque que despierta esa herida de abandono"

Estamos preparados para hacer lo más duro de la vida a solas, nacer y morir. Esto también nos prepara para poder abrirnos de corazón y dejar emerger incluso lo más incómodo de ser un humano ¿cómo te crees que se abre un corazón? Despojándole de toda esa roca que le rodea por miedo a ser juzgados, a ser manipulados, a ser pisoteados y señalados. Un corazón se abre admitiendo, llorando, pataleando, reconociendo, avanzando... 



martes, 26 de junio de 2018

Cuando hay amor, hay claridad:


Todo se aclara con la llegada del amor. Todo se responde de una manera mágica e inesperada. 

Todo es complejo y difícil, la vida no es un camino para bobos ni un camino la mar de liviano. Pero cuando llega el amor, incluso en esa intensidad de dificultad que nos abruma y nos encharca por dentro, todo se aclara. Y aunque paradójicamente el amor también tiene su complejidad, al final es la única "píldora mágica" para acunar la pena, acunar la soledad de la existencia, la crisis de la vida, la desconexión espiritual temporal, la culpa, el miedo o cualquiera de esas "grandes cosas" que tanto nos afligen.

A menudo recibo muchas preguntas relacionadas con el amor, todo el mundo desea saber sobre el amor en su vida y esperan que el tarot les de una respuesta contundente, real, concisa, verdadera y autentica. Algo que les solucione de un plumazo el problema, y el problema es que cuando preguntas por amor en el tarot muchas veces es porque ese amor no existe y sólo buscas el consuelo de una mentira piadosa para agarrarte al clavo ardiendo de una ilusión temporal.

Te contaré algo sobre mis relaciones: han sido un desastre. Te lo digo así. Apenas tengo contacto con mis exs y tampoco les echo en falta, están bien donde están. Con otros sí conservo contacto pero porque nos une una intensa y verdadera amistad, algo que estaba mucho antes que nuestros tonteos esporádicos. Pero centrándome en relaciones de amor, de esas largas y que parecen que van a ir a algún lugar (o no largas pero tonta de mi caí rendida al enamoramiento): un puto desastre, un caos sin precedentes.

Y no sé si es por crecer, por la resignación o porque la vida al final te lo muestra así (pasa incluso con los amigos) con el tiempo te das cuenta que cuando hay amor, incluso con la dificultad interna de ser humano, hay más claridad.

Sí, vivimos en un vaivén personal que se desarrolla con espejitos y reflejos exteriores, vamos y venimos de nuestro interior hacia el entorno y de nuevo repetimos y así constantemente. Sin embargo, incluso por encima de esa incertidumbre tan común y tan humana, cuando hay amor ni la duda más pesada obtiene ese protagonismo que tanto desea.

Es como si llegase una brisa fresca y lo aclarase todo. Un pequeño gesto, la palabra correcta en el instante adecuado, un acto, una frase, una mirada, una respuesta que te dan aunque no has pronunciado esa pregunta que tanto te estaba molestando por dentro... Y ahí lo tienes: es el amor haciendo limpieza, barriendo y poniendo orden, eliminando borrones y nubarrones que nos impiden ver con más luz, con más claridad, con más brillo.

El amor nos despierta lo peor de nosotros, quizás para que seamos capaces de convertirlo en lo mejor. Pero también nos calma, como ninguna otra cosa, cuando la vida en sí nos da un sopapo o cuando la común sensación de soledad y abandono, que todos llevamos como una espina recurrente y perenne en nuestro interior, nos domina. El amor es la única solución para toda esa angustia, el amor es la única solución para el miedo a vivir y también para el miedo a morir.

El amor, real, de personas que realmente nos aman es el único motivo que nos mantiene aquí.

lunes, 25 de junio de 2018

Aprenda a festejar y celebrar en soledad:


Va a tener que aprender a festejar y celebrar en soledad. 

En la vida tendrá que organizarse sus propios detalles para darse a si mismo la enhorabuena por su superación personal, sus metas alcanzadas, sus logros y su increíble capacidad para seguir adelante por encima de cualquier obstáculo y adversidad. Y todo esto tendrá que observarlo objetivamente y celebrarlo en su única compañía ¿por qué? Porque nadie sabrá a ciencia cierta, excepto usted, cómo de grandes eran esos obstáculos, cuánta es la cantidad real de energía invertida, cómo de difícil le ha resultado romper las cadenas que le impedían superar sus terrores, cuánta constancia a dedicado para poder conseguirlo, para materializar una nueva realidad y para deshacerse de una piel antigua. 

Da igual lo grande o pequeño que fuesen esos obstáculos, no valore tanto el tamaño de la circunstancia, más bien dedique tiempo en observar y apreciar con cariño que lo ha logrado. Aquí el tamaño es relativo, pues a veces no somos conscientes de que esas "pequeñas cosas" que nos retienen pueden llegar a tener más fuerza que las "grandes" que sí vemos. Sea lo que sea, aprenda a festejar y a celebrar cada logro. 

Organícese una cita consigo mismo, regálese tiempo, entréguese a su propia atención y amor y no espere que los demás aprecien con tanto entusiasmo esos pasos imprescindibles en su vida. Generalmente cada persona está involucrada dentro de su propio proceso y no es común ni habitual levantar la mirada del proceso de uno mismo para prestar atención al proceso ajeno. Cada cual le dará el cariño y la atención que ellos mismos creen suficiente, aunque para usted puede que no lo sea, pero no se siga preocupando por eso, su mayor tarea para con la vida y para con su existencia es festejar y celebrar con toda su intención, atención y cariño cada paso y decisión tomada, cada acción y cada resultado. 

Aprenda usted a darle valor real a sus propios procesos vividos y transmutados. También a sus propios terrores transformados, a sus propios miedos superados, a sus propios objetivos alcanzados, a su propia constancia trabajando y consiguiendo. Valore usted el fruto de su empeño y de su valentía, del coraje de su corazón y la demostración de sus actos. Sea consciente de manera orgullosa de cómo cada paso superando y mejorando le ha llevado a ser una mejor versión de si mismo ¡celebre eso! No necesita una compañía constante y perenne para poder vivirlo, para poder demostrar a la vida esa sensación de dicha que le recorre el cuerpo cuando logra echar un vistazo atrás y ver todo el sendero que ya ha recorrido. 

Es momento de que aprenda a festejar y celebrar cada logro y también, de paso si puede, que aprenda a celebrar y festejar la vida. Aproveche los momentos de subidón, de entusiasmo inesperado y de ese agradable optimismo que le domina dándole una sorpresa. En esos instantes, sean más o menos largos, más o menos constantes, más o menos habituales, festeje y celebre la existencia... Porque si no lo hace es posible que en su lecho de muerta se arrepienta más que de ninguna otra cosa. 

La crudeza de la vida del adulto es tener que admitir y aceptar que una gran parte del camino y de todo lo que hay en él implica una caminata en una profunda soledad. Es una esencia de madurez inherente a la existencia, a los años que pasan, al crecimiento... Y en esto sólo le quedan dos opciones: vivir resignado con ésta realidad y entrar de lleno en una agotadora sensación de pesimismo o aceptarlo de la forma más constructiva que pueda. La última opción le ayudará a verse más importante de lo que puede apreciar ahora, también le iluminará el camino (aunque puede que sólo a ratos) de ciertos secretos de existir y de vivir y por último, reforzará su valor personal y su capacidad creativa. Aún así no se atormente si algún día le viene una oleada de anhelo y sensación de vacío, somos seres sociales que viven y conviven en un sistema cada vez más individualizado y egoísta. Lo que siente es natural... Pero refuerce su corazón, su cuerpo y su esencia desde la vibración más elevada que pueda, permítase esos momentos de "bajona" y recupérese, de nuevo, celebrando para y con usted otro paso más. 

No deje de caminar y festeje esto también: la constancia del vivir, le aseguro que no es algo que pueda hacer cualquiera. 

sábado, 16 de junio de 2018

El lado oscuro del amor:


Siempre que hablo del "El lado oscuro" pongo como referencia a Darth Vader. Me parece que es un personaje admirado tanto como odiado a partes iguales. De la misma manera, incluso dentro de su camino de destrucción, odio y rabia, tiene mucho de humano que transmitirnos y aprender. 

Hoy vengo a hablaros del "otro lado del amor" el "lado oscuro del amor". Todos buscamos el amor (propio, con los demás, con lo que hacemos...) como una cápsula salvadora y enriquecedora para nuestro camino, y es cierto que lo es, sin el amor no podríamos abrirnos a muchas otras emociones. Y el amor tiene mucho que ver con abrirse a sentirse dichoso, tiene mucho que ver con el agradecimiento y con estar en sintonía y en armonía. 

El amor es fundamental y es en lo que vibra una parte esencial y primigenia de la vida. Es una energía sin forma pero con presencia, pues existen tantas formas de amar y de amor como de personas hay en el mundo. Sin embargo, es algo de lo que todos y todas las civilizaciones y culturas han hablado siempre y han nombra siempre, en algunas ocasiones su poder es tan potente que lo han usado como una herramienta para atraer seguidores a sus creencias, convenciéndoles de que el amor sólo tiene una forma predeterminada y haciendo que los demás olviden que el amor se muestra de muchas maneras y que su belleza se encuentra en los ojos de aquel que puede observarlo y apreciarlo y en los corazones de aquellos que pueden sentirlo. 

Caer en "el enamoramiento" es un arduo trabajo sólo apto para valientes. Lo he dicho muchas veces pero lo repetiré alguna más, porque me parece algo esencial: quien entra en relación de amor de pareja se abre a la posibilidad de estar tan desnudo y vulnerable, cuando uno se siente vulnerable tiene aún más miedo a sentirse desprotegido, atacado, destrozado, abandonado... Y es que el amor es una energía tan poderosa que pone patas arriba a cualquiera. 

Creo que sólo hay dos cosas que nos igualan a todos los humanos, por encima de nuestra condición, de nuestra forma de vida, de nuestro nivel social... La primera es el amor; cuando te toca enamorarte, porque así ocurre inesperadamente en la vida, no puedes huir por mucho que te lo propongas y aunque te convezcas de que no es amor, si la ausencia del ser amado te duele, definitivamente estás enamorado.  Y la segunda es la muerte, da igual donde vivas, con quién, cuánto dinero tengas, qué clase de camino has recorrido en ésta existencia... Más tarde o más temprano llegará la muerte, un destino que nos iguala a todos y nos pone a la misma altura. 

El amor despierta inseguridades, conflictos, traumas... Despierta muchísimas cosas que guardábamos en la parte más escondida de nuestro ser o bajo las alfombras más grandes de nuestra persona. Es como un personajillo que entra dentro de nosotros y se pone ahí a rebuscar hasta sacar para afuera, como haciendo limpieza a fondo, y eso que saca para "afuera" es lo que exteriorizamos si no lo hemos reconocido previamente. Es lo que puede hacer que nos descontrolemos o que perdamos la noción objetiva de lo que estamos viviendo. 

Pero al amor también nos muestra otro lado oscuro, suyo y nuestro, y es que nos enseña la cantidad de veces que hemos anhelado amor en situaciones donde no lo hemos tenido y la cantidad de veces que echándolo de menos, al no experimentarlo, hemos llegado a odiar el amor. En las relaciones sentimentales se puede observar como cada uno de los implicados muestra en qué momentos de su vida ha necesitado determinada cantidad de amor, determinada forma de amor, determinada presencia de amor... Y al no haberlo tenido, se ha quedado una herida tierna que posiblemente siga sangrando mucho tiempo o incluso toda la vida. 

Algunas personas cuando entran en una relación se dan cuenta de cuántas veces han sentido el vacío de un amor importante, como el amor de sus padres en un momento determinado, el amor de una pareja que fue muy importante en una situación señala, el amor de otros miembros de la familia... O la presencia de determinadas personas. La ausencia de esa presencia es una ausencia de amor. Y aunque si bien es cierto que en ésta vida tenemos que priorizar por nosotros y trabajar por y para nosotros, por nuestro amor, por nuestra voluntad propia, por nuestra construcción... También es cierto que no podemos olvidar que somos humanos, a trocitos o más completos, cada cual con sus mochilas, sus puntos fuertes y sus puntos débiles, eso es algo que por mucho que queramos maquillar y los demás no vean, lo tenemos dentro. 

El lado oscuro del amor no es sólo ese rechazo que hemos creado al propio amor al no tenerlo cuando más lo hemos necesitado, es también el no habernos atrevido a amar plenamente a alguien y cargar con una condena o una culpa por ello. Es arrepentirnos por habernos callado demasiados "te amo", incluso es sentirnos mal con nosotros por no habernos atrevido a dar el paso y perder alguna oportunidad que podría haber sido hermosa. El lado oscuro del amor es sentir que quizás no hemos colaborado como debíamos para que algo floreciese. Y también es la herida, profunda herida y llaga, que se queda cuando alguien a quien hemos amado profundamente está ausente en nuestra vida, cuando se marcha y nos deja, cuando muere y ya no sabremos nada más. Ese es el lado oscuro del amor, sin embargo éste lado oscuro de "adversidad" tiene una parte también de esperanza y prosperidad, pues nos enseña lo más tierno y real del humano, por encima de todo este circo que hemos montado como sistema donde se sustenta una falsa careta continua que nos hace despojarnos de lo real de nosotros, de nuestra parte humana emocional y psicológica. 

El poder de ésta vibración es tan grande y universal que es lógico y natural que despierte también todo ese subconsciente de dolor, escozor, humanidad, heridas, guerras, recuerdos, registros... Incluso que haga emerger a nuestro niño interno, roto y rechazado por tanto tiempo. El amor nos alcanza de una manera que parece que nos vuelve locos, tanto cuando lo estamos disfrutando desde el entusiasmo más desmedido como cuando de repente algo se viene abajo y nos toca sostenernos entre esa mezcla de sentimientos de dolor, amor, dicha y otra vez dolor. 

No te digo que el amor te haga sentir mal, tampoco te digo que el amor te tenga que hacer sufrir, sólo te digo que en los caminos donde algo tan poderoso, como el amor, está involucrado... Las cosas no siempre van a ser un camino de rosas. Somos cachorros frágiles y vulnerables, estamos en constante cambio y expansión, necesitamos y vivimos muchas crisis personales compartidas e individuales y esto forma parte de nuestra naturaleza cabecita, de nuestro corazón y de nuestra relación con el desarrollo y la consciencia. 

Lo que fácil viene, fácil se va y aquello que se intenta sostener en frágiles columnas ireales de idealizaciones, también termina cayendo por su propio peso. Por eso, cuando está dispuesto necesita estar dispuesto a todos, permitir que lo inevitable también fluctúe y salir reforzado. Encontrar la realidad, sin chocar, de que todo lo que tiene mucho de luz también tiene mucho de oscuridad. 

Y recuerda, como he dicho antes, que el amor es para valientes, que nos toca a todos... Incluso a los más villanos. Porque el amor es una de las pocas cosas que nos iguala y con la que el universo utiliza "una misma vara de medir". 

miércoles, 13 de junio de 2018

Poema y reflexión en noche cerrada:



A veces me siento desnuda frente a un abismo que nada alumbra. Y al borde de tal precipicio, caigo en la idea y en la cuenta que los pasos más difíciles de ésta vida se hacen acompañados, solamente, por tu propia esencia.

Aún con devoción y mesura comprenderás que la existencia es una guerra con final. Es una lucha y una construcción y el viaje más difícil para tu corazón. Idas y venidas, las heridas que escuecen entre los besos que faltan y los abrazos que no aparecen, las palabras que se dicen y los gritos que se callan, los te quiero desbordados y las huidas (in)justificadas... Te verás cargando, soportando y aguantando miles de cosas que no querías... Y tendrás que hacer uso  de tu fortaleza más poderosa. Con aguante y tozudez. Sólo te quedará una elección, caminar y seguir adelante, rendirse no será tu opción.

El hierro se forja entre las más bravas ascuas...
Los ríos nacen de las más pedregosas cimas...
Los vientos destruyen los más duros materiales...
Y a ti, corazón mío, te ha tocado vivir ésta vida...
Y tú, eres más que fuego, más que hierro, más que agua y más que aire.

No temas...  

Eres un ser espiritual:


Eres, soy y somos seres espirituales. Ésta es la mejor manera de empezar a escribir hoy, que en realidad me escribo para mí pero quiero compartirlo contigo, quizás te ayude. 

Con la cantidad de horas útiles que invertimos en cosas que realmente no nos hacen sentir llenos y realizados (como el trabajo, las obligaciones diarias, las rutinas...) nos olvidamos de algo fundamental, algo esencial de nuestro ser, como humanos y habitantes de éste planeta: somos seres espirituales. Ocho horas las invertimos en trabajar, libramos de uno a dos días a la semana, necesitamos otras ocho horas para descansar (mínimo) y el poco tiempo libre que nos queda solemos hacer de él algo que nos ayude a mantener cierta coherencia familiar, de amigos, limpieza en el hogar, compras y otras tareas. Finalmente, muchas semanas las consumimos y el tiempo pasa volando, como si tal cosa. Terminamos procrastinando principios, instantes, que sí serían realmente útiles para nuestro crecimiento. 

A veces es tanto el tiempo que invertimos (perdemos) en cosas que tienen que ver con nosotros o mejor dicho, con el sistema que nos rodea, que nos olvidamos de prácticas, hábitos, pensamientos, filosofías... Que también forman parte de quienes somos, de lo que hemos sido, de lo que hemos vivido, de lo que vivimos y viviremos. 

No es fácil, a veces, encontrar la manera de compaginar todos esos pesos y obligaciones con un espacio amplio, abierto y abundante para encontrarnos a nosotros mismos y experimentar quienes somos, experimentar nuestros fundamentos emocionales, psicológicos, filosóficos y espirituales. Anoche en una pequeña ceremonia privada lo vi claro: me aterroriza desconectar de mi parte fundamental y caer al abismo de la ignorancia, separándome para siempre de la parte espiritual de mi ser y del mundo. 

Personalmente tengo un trabajo que está bastante lejos de mi casa y que requiere de muchas horas, libro poco y a veces mal. Todas esas horas invertidas son tiempo que pierdo en hacer lo que más me gusta: conectar con Pachamama, escribir, meditar, hacer ejercicio... Porque a veces el desgaste físico y emocional que experimento con el trabajo necesito recuperarlo, sí o sí, con unas horas extras de descanso. En ocasiones ésta situación la llevo con mejor ánimo y en otros momentos se me nota profundamente agotada y abatida, con una fatiga que es asfixiante. Si de por si ya he reconocido algunos grandes miedos de mi persona, ahora y a partir de la experiencia que tuve anoche, me toca hacerme responsable también de ese nuevo miedo. 

Un miedo con sabor a: no quiero que mi vida se reduzca sólo a ésta jornada laboral, no quiero que mi carácter se agrie irremediablemente por acomodarme, por simplemente aceptar esa realidad sin espíritu o ímpetu para cambiarla, no quiero desconectarme tanto que de repente me pierda y no encuentre dónde estoy, no quiero olvidar o que quede como un lejano pasado las experiencias que me han hecho sentir verdades intangibles, pero reales, que forman el mundo. No me gustaría despertarme, dentro de unos años, tan convencida de que ya no necesito mi conexión espiritual que mi vida y mi camino se resuma en dejarme consumir para que otros se enriquezcan. 

Hay un gran miedo, sin duda lo hay. Podría dar más detalles de ese miedo, pero creo que no hace falta porque me parece que es un miedo común, habitual, en aquellos que se ven forzados a tener que lidiar con dos tipos de vida diferente; por un lado la vida "terrenal" y "de sistema" donde de Lunes a Domingo estás clausurado en una rutina común, con un trabajo sin sentido pero que te permite sostenerte y sostener a aquellos que están contigo, algo que en ocasiones parece desesperanzador. Hay personas que éste ámbito de su vida pueden optar por tener algo más de tiempo libre y eso es una gran ventaja para ellos, en mi caso no es así y la falta de tiempo para uno mismo termina convirtiéndose en una falta de conexión importante, de creatividad, de descanso, de enriquecimiento, de calidad... Por otro lado tenemos esa otra vida, la vida que tanto nos hace sentir en sintonía. Una vida que cuando conectamos con ella el tiempo para rápido, no es una carga... Es un río por el que fluímos y por el que fluye toda nuestra conexión, sensación de propósito, creatividad... Y es una parte muy ligada al sentido del alma, del espíritu, de la creencia, del propósito, de la intención, de la comprensión, de la atención, de la finalidad, del deseo.

Dependiendo de las "rachas" que vivamos en ocasiones tenemos que "dejar para después" esa segunda parte que tanto nos encanta y nos hace sentir conectados. Y en ese momento entramos en un ciclo, a veces inestable a nivel emocional y psicológico. Nos sentimos abrumados, agotados, hartos, extremadamente cansados... E incluso empezamos a dudar de todo lo espiritual, de todo el desarrollo de nuestra persona, podemos llegar incluso a intentar convencernos de que la vida, la rutina y hábito común de los demás es lo que tenemos que interiorizar y dejarnos de tanta tontería. Pero cuando decimos eso, aunque sea en pensamientos, sentimos que algo nos duele... Nos duele la esencia, porque por mucha adversidad, entretenimiento, deberes, responsabilidades, compromisos... Que llevemos a cabo, aunque sea de la manera que menos nos gusta, al final no dejamos de ser algo divino. Somos seres espirituales por encima de todo, incluso por encima de los trabajos, de las experiencias con compañeros, de las hipotecas, de los pagos, de los impuestos, de las facturas... 

Soy, eres y somos seres espirituales. Venimos y cargamos el espíritu, el alma, el entusiasmo. Dios, El Universo o cualquier esencia primigenia de la creación, está en nosotros tanto como en todo aquello que nos rodea y acompaña. Y recordar esto hará que no pierdas tu conexión, que siempre se mantenga, esperando a que tú disfrutes con ella, esperando a que tú vuelvas a su abrazo para seguir con tu desarrollo de conciencia, corazón, cuerpo y psique. 

Eres un ser espiritual porque cuando conectas con todo eso, estás en paz y en calma. Porque sabes que más allá de los deseos de tu ego, esos que incluyen un triunfo meramente individual y de reconocimiento, el desarrollo de tu persona genera un cambio en la sociedad y repercute positivamente en un futuro que todos nos merecemos. 

Eres un ser espiritual porque cuando anhelas y sacas un instante, vuelves a ti. Y eso es lo que más te importa, volver a ti y recomponerte. Eres un ser espiritual porque incluso en el jaleo y el trajín de la vida en la gran ciudad, observas los pequeños detalles de magia que hay en la vida. Eres un ser espiritual porque por encima de la tristeza, de la ansiedad, del agobio mental, emocional y físico que te genera cada día a día para poder pagar lo básico para sobrevivir, eres capaz de ayudar y ofrecer tiempo a otros para escucharles. Eres un ser espiritual porque a pesar de tener que priorizar muchas veces por las obligaciones que mantienen tu economía, intentas hacer un hueco también para poder priorizar en observar la belleza que te rodea. Eres un ser espiritual porque por mucho que creas que te estás desconectando o te has desconectado, aún por las noches y antes de dormir le pides a Dios, a la vida, al universo, al cosmos... Que te ayuden y te escuchen. 

No importa cuanto tiempo tengas ocupado, ni la inmerecida culpa que arrastras por ello, sigues siendo un ser espiritual y al menos que dejes de creer, esa frecuencia espiritual de aportación, reestructura... Va a seguir en ti y a tu alrededor, para inspirarte y ayudarte, para colaborar constructivamente en tu camino y en tu persona si le dejas y se lo permites. No olvides que el mundo espiritual no es solo la sensación de conexión que tú tienes, ésta realidad del alma se muestra también como una gran maestra en todos aquellos que te rodean, sean personas, animales, plantas... Y cada pequeño detalle es una enseñanza que te alcanza, para que sigas siendo presente de que eres un ser espiritual, con conexiones espirituales, por encima del empleo, de las tareas, de las imposiciones. 

Gracias por seguir ahí. Gracias por seguir creyendo y creando, haciendo y rehaciendo, aportando y amando, colaborando, gracias por rendirte. Gracias, gran ser espiritual. 

sábado, 9 de junio de 2018

El valor sagrado de sostener.


Nos enseñan al desapego, a veces incluso al olvido, al soltar, también a volar, a saltar, a alejarse, a decir adiós... Pero poco nos enseñan sobre el valor sagrado de sostener. 

Para que algo se mantenga, hay que sostener. Si quieres que tu bienestar se mantenga lo máximo posible, necesitas trabajar a favor de ello y sostenerlo. Si quieres que un templo sea el cobijo correcto para conectar con la divinidad, necesitas sostenerlo con el mantenimiento, si quieres que una práctica espiritual te ayude  tendrás que sostenerla convirtiéndola en parte de tu día a día y abriéndote a la enseñanza que tenga. De igual manera, si deseas que tus relaciones sentimentales y de amistad sigan adelante requerirán de tu participación sosteniendo, para que se demuestre tu indudable entusiasmo hacia ellas y sobretodo tu compasión, admirando y protegiendo, comprendiendo y amando, por encima de lo malo y valorando con tesón y un profundo cariño todo lo bueno. 

Nadie viene a decirte y a explicarte que para que algo se convierta en sólido, para que sea real, se trate de lo que se trate (incluso proyectos profesionales, artísticos o de vida) requieren de tu participación, sobretodo, sosteniendo. Para que algo que tienes en la cabeza vea la luz del sol convirtiéndose en una realidad tangible y física, es necesario que sostengas esa idea, ese sueño o ilusión con la constancia de la fe. Esa es la responsabilidad, la lucha y la creación, incluso cuando los tiempos sean difíciles y las pruebas de la vida te lleven al límite. Porque al final esos exámenes son una demostración de compromiso leal y fiel, quien los pasa con nota alcanza lo que tanto desea. 

Quizás parte de la vida y de esa dureza con la que nos encontramos muchas veces, tiene que ver con la demostración de quién es auténtico con su alma y esencia y quizás son estos los que finalmente se encuentran dentro de ese camino que tanto les hace vibrar e ilusionarse, que tanto les aporta, por encima de la adversidad, de lo difícil y de la complicación. 

El valor sagrado de sostener... Siempre que digo la palabra sostener, de manera inevitable me aparece una imagen clara y poderosa, como una diosa con las palmas hacia arriba, un símbolo donde recoge el peso de la energía sin permitir que se venga abajo. Creo que todos los seres humanos tenemos esa capacidad para sostener, tanto a nosotros mismos como a los demás (o lo demás) que nos rodea. 

A veces fallamos un poco cuando se trata de nuestra persona, pero la ventaja es que somos seres sociales y eso nos permite abrir nuestro corazón permitiendo que en algunas ocasiones sean otros, con sus pequeños detalles y gestos, los que nos demuestren que si cultivamos relaciones saludables encontraremos personas dispuestas a sostenernos cuando nosotros dudamos. En ocasiones sostener a otros es recordarles que no están solos, es ponerles cara a cara consigo mismos para que no olviden lo más grande de su ser y no se pierdan en la inmensidad de los pensamientos. 

Aprender a soltar es importante, así como el desapego y saber estar a solas con uno mismo, pero igual de importante es darle el lugar que se merece al sagrado valor de sostener, a la práctica del sostener... Permitirnos comprender que sostener es afianzarse en la confianza, es cuidar con mimo, es tratar la enfermedad desde el amor como una abuela hace con su amado nieto. Sostener es comprometerse, también es la forma que tenemos para manifestar nuestra verdadera intención. 

Quien no sostiene, ni se sostiene, se arriesga de manera inevitable a que eso se venga abajo o a que él/ella mism@ se venga abajo. En la dificultad y la adversidad se encuentra la práctica más difícil para el valor sagrado de sostener, es ahí cuando las cosas no son fáciles, cuando todo se complica, cuando los bichos y las sombras ocupan lugares privilegiados que no les pertenecen, cuando tenemos que trabajar de manera más impecable, ardua, fiera y real sosteniendo lo que amamos, lo que deseamos, a quienes queremos, incluso sosteniendo nuestro propio océano de emociones antes de desatarlo provocando un huracán con efectos secundarios sin solución y arreglo. 

Sostener es un valor de paciencia, amor, fé, confianza, constancia, cariño, humanidad, vulnerabilidad, firmeza, fidelidad, lealtad... Un acto divino para apoyar, mantener, favorecer, defender, perdurar, continuar, responsabilizarse, respaldar y reforzar. El valor sagrado de sostener no es en contra del amor propio, es en relación a entender lo "malo" del ego y a favor de la comprensión plena sobre los demás y sobre nosotros mismos. En muchas ocasiones es el amor que tanto necesitan nuestras sombras personales, nuestros propios demonios y también los ajenos. En otras ocasiones es la declaración contundente hacia el universo para enseñarle qué es lo que realmente sí queremos y que no es nuestro momento para rendirnos ni para tirar la toalla. 

Todo lo que queremos que realmente prospere, avance, sea constructivo, florezca... En nuestro camino y vida, requiere de nuestra colaboración, participación y manifestación sosteniendo y permitiendo que otros nos sostengan, el gran círculo espiritual de la vida. Porque quien no se abre a sostener, posiblemente se arriesga a perder, a sucumbir ante los engaños del orgullo, el ego, lo inflexible, la rigidez y la subjetividad. Quizás cuando no te muestras a sostener, te conviertes en carne de cañón para que los miedos, la incertidumbre, la desconexión, lo banal, lo agotador... Te dominen y conquisten de tal manera que termines tirando por la borda cualquier oportunidad, toda la esperanza y por supuesto deshaciéndote del potencial. 

Sostener es también valorar objetivamente, es cuidar el potencial, es proteger lo tierno, inocente y vulnerable.

Permítete sostener para demostrarte y demostrar que realmente observas, valoras y cuidas el valor sagrado de lo que te rodea. 

Necesito naturaleza:


Echo de menos la naturaleza. Ayer me quedó claro cuando al ver un pequeño cactus en una micro-maceta me emocioné de sobremanera al poder observar que le habían salido dos minúsculas florecillas. Ilusionada se lo conté a la persona que tiene esa planta y me preguntó si aquello era bueno, yo no supe responder otra cosa más que "¿bueno? ¡Es buenísimo!". 

Y noté esa añoranza, como la morriña de quien tiene a su hogar lejos, ese santuario de protección y crianza donde están tus raíces, donde está tu esencia primaria... Supe que aquello, era sin duda, el anhelo por la naturaleza. 

Vivo en una gran ciudad y hago mi vida, prácticamente a diario, en una ciudad. Invierto muchas horas en coches y transportes variados, los planes se resumen en alcohol por las noches, cafés en lugares modernos, gente apelmazada en las calles, avanzar lento, salir con mucho tiempo de margen... Por eso a veces estoy en silencio en casa para poder apreciar el sonido de las golondrinas que se acercan a cazar mosquitos por las cornisas de mi edificio, pero entre tanta ensoñación se cuela la cruda realidad de una jaula de hormigón que nos atrapa con sus planes infinitos, sus mil opciones, sus días que no acaban, sus empalmes de noche-mañana-noche, su estrés (infernal estrés), su agobio, sus sonidos a pitido, sus horarios que comienzan antes de que salga el sol, sus puestas de sol sin ser apreciadas, su agobio, su empuje, su lleno de personas pero vacío de humanidad... Y yo, a veces siento que simplemente quiero volver a escuchar el silencio de la naturaleza, aunque sea con el rugir del mar una tarde solitaria en una inmensa playa, el cantar de mil pájaros chivatos en una zona montañosa o el olor de plantas mediterráneas que se alzan como representación de la indomable fuerza de Pachamama. 

Las ciudades son divertidas y tienen muchas opciones para llenarnos, pero jamás podrán llenarnos de manera tan enriquecedora como un instante de desconexión en medio de un paraje natural. Observar desde un pico muy alto como el mar queda a lo lejos o como toda una cordillera se expande en un paisaje abrupto.El color verde de la vegetación, el agua que sale de un manantial, las rocas que te permiten sentarte a reposar, la arena fina que acaricia tus pies, los rayos del sol cuando estás en esa inmensa paz, sentir el latido del corazón en calma y sin la pesadez de un horario y una rutina que se clava en tu espalda como la más pesada de las cargas. 

Creo que con la expansión del sistema neoliberal y capitalista, además de haber olvidado las raíces de la humanidad, hemos desconectado de lo más importante: nosotros también pertenecemos a la naturaleza. Para nosotros también es importante y saludable el contacto con la vegetación, con el barro, con el musgo, con la corteza de un árbol, con la lluvia sin protegerse con un paraguas, con la libertad y la protección (y el miedo) que aporta lo más salvaje de la naturaleza. De ahí hemos venido y pertenecemos a ese rincón, alejado y olvidado. Un espacio terrenal que se encuentra más allá de nuestros muros sociales y arquitectónicos dentro de los cuales mantenemos la realidad que nos ha transformado, ese juego de papeles, normas, reglas, obligaciones y derechos donde no tenemos en cuenta lo más primario de nuestra esencia: somos animales y la naturaleza es nuestro abrigo, nuestro primer hogar, nuestra primera madre, nuestra biología y nuestra química. 

Necesito naturaleza. Te echo de menos Pachamama.



viernes, 8 de junio de 2018

Hola oscuridad, vieja amiga.


Hay momentos donde todo ese subidón y esa conexión cósmica se vienen abajo y entro de lleno en una crisis existencial, que me hace enfrentarme contra el mundo que me rodea y plantearme cuestiones tan introspectivas como la importancia de mi propia vida. 

Yo comparto y escribo éste blog para dar a luz lo más humano de mi y crear un vínculo de conexión y unión con otras personas que necesitan encontrar esos mismos puntos de inflexión, pensamiento, sentir... En otros, para realmente ver que la cordura no existe como el concepto que nos han inculcado, que la perfección siempre es ficticia y que la humanidad tiene mucho de complejo. Sin embargo, en esa complejidad se halla una gran parte de la belleza que nos rodea. 

Últimamente me resulta muy difícil imaginar un futuro en sintonía con lo que realmente me apasiona, es como si todo aquello que tanto me llenase cada vez lo hiciese un poco menos y aunque echo de menos aquella sensación, no encuentro manera de recuperarla. 

Entre risas suelo decir a la gente, y preguntarles también, si ellos se encuentran hasta el cuello sumergidos en su propia crisis existencial donde se plantean prácticamente todo y donde se ven baten a duelo contra una sensación de ambivalencia corrosiva y toxica, que finalmente sale ganando. La gente me sonríe pensando que es una broma y todo se queda como un extraño comentario pasajero mientras emergen banales temas de conversación, mucho más fáciles de mantener entre cervezas y tapas. 

Admiro, que no envidio, a la gente que tiene una vida en consonancia con su corazón. Personas que, a pesar de la adversidad, encuentran un momento para sonreír, tomarse las cosas con calma, disfrutar de un buen té, ver una puesta de sol, crear vibrando en todo tipo de abundancia, sostener vínculos con la familia, encontrar razones... Y es que veo que esas personas brillan de otra manera y las admiro profundamente por ello. A mi me encantaría ser así y tener una vida un poco más relajada y en armonía, donde poder tirarme horas creando lo que más me gusta y encontrándome a mi misma una y otra vez, sin embargo desde hace unos meses siento que la que se ha perdido soy yo y va a ser difícil recuperar el rastro para hallar donde estoy. 

Me echo de menos, muchas veces. Y echo de menos mi magia peculiar y esa humildad de conformarme con una tarde tranquila en la terraza de mi casa o una visita esporádica inesperada. Pequeños detalles. 

Últimamente, me siento consumida y profundamente dolida, sobretodo conmigo misma. Tengo cierta sensación de desgarro y desconocimiento, porque no termino de encontrar la verdadera raíz de donde sale todo esto. Me pongo a imaginar un mañana y se me hace muy difícil incluso darle forma a lo más "natural" y "sencillo". A veces temo haberme ilusionado demasiado con esas ensoñaciones que llevo manteniendo toda la vida y que no dejen de ser, al final, cuentos chinos sin fundamento. 

Creo que lo único que le aporta algo de sentido a todo esto, incluso cuando estoy muy sumida en lo más oscuro de mi, es la espiritualidad. Al final esa esperanza, por pequeña que sea, es la que me mantiene con los pies en La Tierra aunque las mañanas sean llantos de ansiedad y las noches horas de insomnio, comiendo techo por mil preguntas sin respuesta. 

Y entre tanto echo de menos la sensación de hogar que desde hace algún tiempo, y a pesar de la preciosa familia peluda que tengo, siento que se ha esfumado. 

¿Quién soy?
¿Hacia donde debo ir?
¿Qué hago aquí?
¿Lo estoy haciendo todo bien?
¿Y que será de mi?
Las 5 preguntas del apocalipsis.