Somos contrariedad constante. Todos nos podemos contradecir. Todos podemos regalar buenos consejos que luego nosotros no seguiremos. Todos podemos pensar una cosa, decir otra y hacer una tercera completamente diferente. Todos somos varios en uno. Todos somos sacos de miedos. Todos somos el resultado de influencias. Todos somos dudas, somos respuestas, somos vacíos y somos llenos.
Pero al margen de todo esto, lo cierto es que seas quien seas, en el hoy, necesitas y mereces compartir lo que tienes dentro. No importa si cambias de opinión. No pasa nada si cambias tú. No importa si era algo que te hacía reír y ahora te hace llorar. No importa si antes te atrevías y ahora te hace temblar. Te voy a decir algo: todo lo que no compartes, te hace pudrirte.
Quien guarda mucho dentro de si mismo, con recelo bajo mil millones de capas, pierde la capacidad para comunicarse. Se vuelve hermético. Quien guarda mucho dentro de si mismo pone a disposición de los miedos un montón de información con la que alimentarse y nutrirse. Quien guarda mucho dentro de si mismo no puede esperar que otros se abran delante de sus ojos.
Hay que desarropar esas partes. Todos hemos sido engañados. Todos hemos sido humillados. Todos somos niños tiernos en vidas adultos y con disfraces de madurez y sensatez. Todos erramos. Todos estamos heridos... Pero a toda herida le hace falta tomar el sol, cicatrizar con al aire fresco. Igual que la piel que se cuece y se reblandece cuando la tapamos con un apósito si tiene una herida, hay partes dentro de nosotros que sufren de la misma manera.
Lo que no compartes te pudre, porque hace eco dentro de ti y alimenta lo peor de tu personalidad, acrecienta las inseguridades, los miedos y te arrastra a tu lado más oscuro, así madura la sombra sin que le de el sol. Lo que no hablas te mata lentamente, te rebosa de tu propia basura mental, te conviertes en un estercolero de tu propios desechos, resultado de esas conversaciones íntimas interiores. Lo que no compartes, lo que no comunicas, asesina a tu corazón lentamente.
Las cosas que no se utilizan se terminan olvidando, con el paso del tiempo. Uno se hace experto y se siente cómodo tras mucha práctica. Igual que ocurre con lo que aprendes o con la conducción, el comunicar lleva su tiempo y practicarlo solo te volverá más hábil.
Comienza poco a poco, sin el pavor constante de que sea un arma arrojadiza que alguien pueda usar en tu contra, con o sin información quien quiere hacerte daño lo hará igual. Recuerda que comunicar es más por ti que por otros, compartir es para liberar la carga que hay dentro.
La mayoría de las personas que arrastran terrible pánico a comunicar su sentir y que esconden lo que sienten, lo que piensan, lo que hay dentro... Sufren una ansiedad, que no son capaces de reconocer. Esa incomodidad que les empuja a esconderse dentro es precisamente ansiedad. Es una ansiedad a exponerse y convertirse en vulnerabilidad.
Comunicar te permite a otros introducir luz, amor, calma, cariño... Conectar desde la comunicación te ayuda a entender que no estás completamente a solas para sostener lo que tanto te aflige. Te permite dar orden a los pensamientos (porque es más fácil ordenar el armario de alguien que sea fashion victim que lo que hay en el coco). Verbalizar te permitirá dar una estructura a las emociones, te permitirá identificar qué es lo que te ocurre y eso bajará considerablemente la intensidad de tus emociones, de tus sensaciones, de lo que pesa dentro. Verbalizar permite espantar los males, permite aprender más de ti a través de aquellos que te ven desde fuera.
Cuando compartes lo que hay en ti, abres las puertas como quien ventila una habitación que ha estado mucho tiempo cerrada. Cuando compartes, todo crece porque emergen nuevas semillas, nuevos brotes ya que tras abrir una ventana, desatrancar la puerta y correr esas cortinas que tapan con ahínco tu interior... Entrarán los rayos de sol que tanto mereces y necesitas.
Compartir lo que tienes dentro es la profunda respiración que libera la carga contenida en el alma y el corazón.