No somos sparring emocional de aquellos que no supieron vivir la vida desde lo más pleno de si mismos. Y hasta que no seamos conscientes de esto seguiremos atrayendo este tipo de personas, como polillas que se sienten atraídas por la luz o quizás nos sintamos nosotros atraídos por ellos.
Las polillas, en las noches cálidas de verano, se dejan freír en viejas bombillas que aún iluminan los porches de las casas bajas en pueblos y campos. Se chocan incesantes hasta reventar, a pesar de que saben que morirán y finalmente por los golpes o por el calor que desprende la electricidad, terminan fritas, muertas o exhaustas. La paradoja de sentirnos atraídos por lo que nos daña, la falta de valor hacia nosotros mismos... Y cuando ocurre de nuevo, ese amargo sabor de "otra vez".
Llegó un momento en mi vida en el que me di cuenta, no soy el sparring emocional de alguien que desordena sin permiso. Si quieres entrar, límpiate los pies, sacúdete el corazón y vístete con una sonrisa. Porque si diésemos el valor que tiene a cada ser humano, comprenderíamos la inmensidad de la belleza que cada uno porta dentro de su alma. Sin embargo todo parece lo contrario, entre complejos de polilla y desatada inocencia nos rompemos, nos dejamos romper, nos enredamos y nos permitimos herir.
Me faltará un ala, un montón de patas, pero resulta que ahora ya no me apetece perder mi sagrado tiempo en falsas luces, que lo único que hacen es asesinarte en los momentos de tu vida donde todo parece eternas noches de oscuridad. Y aunque caiga en el intento, soy más de buscar flores. Necesito el néctar de la vida, dejar de morir en la hazaña de intentar salvar a quien no sabe apreciar en plenitud los regalos de la existencia. No hemos nacido para sufrir, aunque la vida esté desgraciadamente rebosante de sufrimiento, porque a veces todo puede parecer una soez mierda repleta de purpurina, habrá momentos, segundos, instantes... Que darán un sentido a todas esas cosas que nos hicieron agonizar.
No nos volvamos a perder a nosotros mismos, ese es mi deseo cuando veo cruzar una estrella en el despejado cielo que observo tumbada en la orilla del mar. ¿Existe acaso algo más doloroso que estar vivo y no sentirte contigo? Yo ya sé a qué sabe esa basura, no podría volver a abandonarme, jamás. Prefiero los golpes por ser como soy, que los golpes por dejar de ser.
Me gusta ver las mariposas volando a la luz del día, ellas entendieron todo, no como esas polillas nocturnas... lejos de convertirse en Ícaro, las mariposas comprendieron la belleza de detenerse entre suaves vuelos, con una vida corta pero intensa, aprendieron a nutrirse de lo más hermoso de su entorno. Poder sentir como sus alas se mueven al ritmo de los latidos del universo. Y tomarlo como ejemplo.
El Principito decía "lo esencial es invisible a los ojos" y es que por los ojos nos dejamos embelesar con suaves juegos que poco tienen para aportar... Y si cerramos los ojos y vemos con claridad, distinguiendo qué es luz de verdad, qué es un pétalo y qué es la vida, sin esa adicción a las cosas que no podemos cambiar. Encontrar ese orden mental, conmigo. Compartir cuando siento que he logrado algo hermoso. Y vivir desde la felicidad, porque yo sé lo que es vivir sin felicidad y no quiero volver a esa sensación nunca más.
Me he prometido a mi misma que jamás dejaré de quererme. Y mi amor propio está por encima de cualquier otro amor, el sentido de mi vida nace del corazón que late cada día para mantenerme aquí y ahora. Quiero tatuármelo en la frente para verlo cada vez que me mire al espejo... La teoría la tengo muy aprendida, tocará ponerse con la verdadera práctica.
Sigo sin poder volar, voy andando lenta con las pocas patas que me quedan intactas, trepando por la hierba que crece a mis pies, con la esperanza de transformarme en algo diferente, conservando el deseo de una metamorfosis que supere las leyes de la biología.
Y que no te engañe, aunque ahora sonría, el miedo sigue estando a mi lado, de momento sin intención de abandonar.
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