El vaivén es una de las danzas del misterio de la vida. Lo único seguro es el cambio, es algo que sabemos pero que poca veces se atreven a decirnos.
Quizás es por esto que nos cuesta tanto comprender que caminar por la vida es, la mayor parte del tiempo, un escurridizo sendero a mucha altura, como un puente sujeto por cuerdas que se balancea y mueve con cada uno de nuestros pasos.
Algunos pasos son más arriesgados y las tablas que soportan nuestros pies se resquebrajan con solo poner la punta de nuestros dedos, otros pasos caen en tablas más seguras, más solidas, en las que nos mantenemos una temporada mientras recuperamos el aire, el aliento, de la adrenalina descargada en momentos anteriores. Cualquier decisión que tomamos en nuestra vida, incluso aquellas que están premeditadas y que intentamos elegir sabiamente, es una de esas baldas que componen el suelo sobre el que avanzamos en los puentes de la vida. Porque todas las decisiones, todos los caminos que recorremos, son puentes a gran altura que nos ponen a prueba, todo son pruebas de misterio, inquitud, movimiento, atrevimiento... Quedarnos demasiado tiempo varados en un tramo del puente empeora nuestra vida y es una situación que nos pone en riesgo. Corremos el riesgo de deteriorar ese único punto en el que estamos situados haciendo que termine cediendo por el peso de nuestro propio cuerpo, un peso continuo que se mantiene de manera estable en un único soporte, en un único punto de apoyo. Y aún peor, además de poder caer el abismo que hay bajo esos pies y tener que amarrarnos con rapidez a otro puente o a otro tablón, al quedarnos ahí anclados en un mismo lugar de esos senderos que cuelgan y se balancean, corremos un grave peligro: el de morirnos de hambre y frío.
Quien se queda estático en un único punto de su vida, pierde el entusiasmo de la vida, corre el riesgo de morir de hambre a nivel mental, emocional, espiritual y de alma y por supuesto corre el riesgo de morir de frío. La inactividad de la vida no despierta el fuego de su espíritu y esto termina convirtiéndose en una congelación interna, un corazón que se convierte en témpano, una persona que muere en vida.
La vida es un sendero marcado por innumerables puentes que se mantienen en el aire, colgando de un punto a otro y sujetos mágicamente por estrechas cuerdas. Avanzar en la vida es sin duda una peripecia continua, unos malabares aquí, una atención allá... Pero sobretodo es conservar un espíritu aventurero y seguir con la intención de caminar y caminar sobre esos tablones, sobre esas maderas que se mantienen suspendidas en el aire, a muchos metros de altura de cualquier otro lugar.
Los puentes de la vida... Recorremos un puente al llegar a la vida, recorremos otro mientras vivimos, que en ocasiones se bifurca en pequeños puentes diferentes y por último recorremos un puente de regreso cuando terminamos esta enorme experiencia.
Cada decisión, cada compromiso, cada elección, cada cambio, cada cosa que vemos... Es un paso más en esos puentes, en ese lugar que caminamos. A veces el puente se zarandea, despertando nuestros miedos más genuinos y primarios. En otras ocasiones parece un juego de niños, donde no sentimos que corramos ningún riesgo. A veces resulta agotador, pero a la mañana siguiente recuperamos el ánimo para seguir avanzando.
Vivir es la mayor prueba de aventura y supervivencia que existe. No hay nada a la altura de lo que esto implica, de lo que esto es. Ni hay nada que llegue a crear lo que la propia vida nos hace crear y también lo que nos hace convertirnos. Incluso con los momentos de vértigo y los nudos en la garganta, sentimos que merece la pena progresar por ese sendero de madera y cuerda que cuelga de la magia y a lo que llamamos vida.
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