Uno de los actos más revolucionarios, y que durante mucho tiempo fue señalado y condenado, es el de una mujer con iniciativa para hacer reír y capacidad para crear un contexto gracioso. |
El humor está muy sexualizado, prácticamente desde que el ser humano es lo que es. Porque la mujer siempre ha sido delegada, relacionada, empujada... Hacia lo más "sutil", lo más frágil, lo que solo llama la atención con su belleza, nada de usar el ingenio, nada de usar la inteligencia, nada de superarse a si misma, nada más allá de las establecidas cadenas que el sistema ha impuesto.
En los últimos años existe una revolución, latente, en el mundo del humor de mano de muchas mujeres. Lejos de inundarnos con un humor suave, apto para todos los públicos y cándido, como mucha gente espera de un producto hecho por mujeres y para mujeres, estas humoristas se animan con algo más y rompen la tan tóxica y paralizante idea de que la mujer no puede hacer reír con el absurdo, con lo soez, con lo vulgar, con lo idiota o con lo sexual.
El humor es un acto, un signo y una demostración, de inteligencia. Sin duda quien sabe reírse, incluso de si mismo, está en otro nivel de inteligencia. El humor ayuda a gestionar ideas, sentimientos, emociones... Y a relativizarlo, eso nos libera de los pensamientos intrusivos. El humor añade chispa, pero además nos ayuda a pensar de otra forma. Las maneras en las que el humor se ha ido mostrando en cada sociedad han avanzado de acuerdo a las libertades y a la evolución de cada sociedad. Los humores son diferentes según esa influencia de país, de lugar de procedencia, de cultura. Como acto, signo y demostración de inteligencia el humor no era bien visto si se llevaba a cabo a través de las mujeres; incluso en los rituales de ligoteo la mujer es la que ríe y el hombre quién le hace reír.
Por suerte esto está cambiando. La confundida imagen de que la mujer no puede reír o hacer reír desde lo absurdo, que tiene que estar cuidando su imagen sobre aquello que le hace soltar una carcajada, está transformándose. La mujer, como el hombre, desde su plástica inteligencia tiene la capacidad para reír y hacer reír desde lo más tonto hasta lo más inteligente. No tenemos que estar guardando una apariencia sofisticada que nos asfixia y nos impide reír de todo, la mujer puede utilizar el humor de la misma manera que un hombre y disfrutar en igualdad de condiciones.
Una mujer tiene la misma capacidad que un hombre para hacer reír desde el escenario, ya sea hablando de los últimos y más ridículos polvos que ha echado, hasta pasando por la burda imitación, pero desternillante, de algún personaje público. Y es que en el momento que nos impidieron todo eso, nos separaron sin duda de una forma fundamental de expresión y conexión.
Reír, hacer reír, tomarse las cosas desde el humor, consumir productos cómicos (monólogos, programas televisivos o de radio, series, películas...) es una esencial manera de conectar con el mundo, no sólo de forma individual, también compartiendo. Porque resulta esencial que, por ejemplo, en amistades o relaciones sentimentales los implicados compartan las mismas formas de humor, la risa es el lubricante natural por el cual penetra la felicidad. Saber reír de las mismas cosas es sin duda un placer indescriptible. Hacerse reír mutuamente y conectar, desde esa dialéctica al mismo nivel de humor, es un pegamento maravilloso para todas las relaciones sociales. Y de todo eso, de todas esas implicaciones y de muchas más que me he dejado en el tintero, es de lo que nos separan cuando se clasifican las formas de humor como masculina y femenina, dividiéndolas e impidiendo cruzar las falsas fronteras construidas por los estigmas sociales que hemos ido heredando.