Caminarás dubitativa, pero al final siempre te encontrarás en el abismo del miedo. El profundo e impresionante abismo del miedo, donde precipitarás una mirada y solo recibirás oscuridad, como quien tira una piedra esperando escuchar un cercano choque contra el agua y al contrario solo lo oye lejano, muy lejano. Pero cuando miras el abismo del miedo, en realidad no recibes nada. No hay roca que se estampe contra el agua, solo eres tú y esa inmensidad que lo contamina todo con su profundo peso.
Qué arduo trabajo resulta, a veces, esa emocionalidad humana, que todos guardamos con tesón bajo el arropo de cientos de máscaras con las que maquillamos esa cuidadosa realidad que proyectamos al entorno. ¿En qué momento decidimos escuchar más al miedo que al amor, que a la esperanza o que a la ilusión? Y ahí estamos, taciturnos en un mundo que en ocasiones pierde su color.
Cuando uno siente miedo, todo lo demás se espanta y nos encontramos vacíos, solos, ausentes y en crisis.
Nadie puede venir a rescatarnos de nuestra propia batalla contra nuestros miedos, nadie puede ahuyentarlos, minimizarlos, atraparlos, amarrarlos, contenerlos, disminuirlos... Es un trabajo individual, que requiere de valentía y de humildad. Qué emoción tan fea, tan intensa, pero tan buena maestra.
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