Me voy a tomar la licencia de invitarles a este pequeño viaje, que transcurre a través de mis palabras, donde les hablaré desde una perspectiva personal sobre lo que creo del inconsciente, esa parte etérea humana a la que se devalúa e infravalora y que sin embargo tiene una gran cantidad de información súper importante.
Partamos, desde mi opinión, de que existen dos claros inconscientes: el colectivo y el del individuo.
El inconsciente del colectivo sería, por así decirlo, un aspecto interesante a analizar, que engloba la humanidad en si misma y luego tiene subdivisiones enfocadas en diferentes sociedades. Así, algunos rasgos inconscientes están estrechamente relacionados con la cultura y a través de esto también surgen y nacen formas de pensamiento que condicionan o definen a las personas.
Por otro lado, tenemos el inconsciente del individuo. Bastante más específico si nos ponemos a conocer a alguien. En el inconsciente se pueden encontrar esas cosas a las que no sabemos poner nombre o definir, también las heridas del pasado, los traumas, los miedos, aquello de lo que no hablamos pero que lidiamos con ello a diario, el dolor en general, el pánico, los motivos de la ansiedad... Existen unas puertas conscientes, un ejercicio de regulación emocional que nos permite tener eso dentro de nosotros mismos mientras lidiamos con la vida y con lo cotidiano. Esto nos ayuda a no sentirnos sobre pasados por las emociones de manera constante y a poder llevar a cabo las rutinas de las que depende nuestro bienestar. Sin embargo, todo aquello que queda en el inconsciente y que nos duele, seguirá ahí, se seguirá manteniendo ahí aunque nosotros conscientemente lo encerremos detrás de una puerta. Ocurre a veces que esas puertas se abren, bien por un interruptor a través de un suceso que nos recuerda a algo, bien por sobrecarga emocional o incluso por alguna variante externa que ha entrado en el juego, como por ejemplo cuando vemos a alguien borracho que se ha puesto a llorar por algo que le preocupaba o que arrastraba desde hacía tiempo pero que no exteriorizaba.
Esas son las puertas del inconsciente, que a veces muy desafortunadamente se abren frente a personas o en situaciones delicadas generando una extrema sensación de incomodidad.
El inconsciente siempre estará ahí, forma parte de la fascinante psicología humana. Algunas personas denominan el inconsciente como el basurero de nuestros sentimientos, emociones, recuerdos... Porque es como si fuese el registro donde se queda aquello que realmente nos ha marcado. De hecho es a través del inconsciente como nuestro diálogo interno se ve afectado y condicionado. Resulta harto complejo encontrar a alguien que pueda comprender cuando pasas por una fase donde tu inconsciente, de repente y sin previo aviso, se precipita al exterior y te arrolla. Esa parte de ti, también eres tú. Y no tenemos que denominarlo sombra, posiblemente sea una de las partes más vulnerables de nosotros mismos.
En el inconsciente se encuentra el dolor que escondiste cuando esperabas una mano amiga que te ayudase y te viste solo, también se encuentran las heridas que te hicieron y te convirtieron en una persona más desconfiada, también el dolor de un duelo que siempre llevarás contigo e incluso la cantidad de veces que te has hablado de una forma despectiva y dañina. En el inconsciente se guardan también todas esas veces que el propio entorno te ha hablado mal o te ha señalado o juzgado, todas tus experiencias están ahí... Grabadas a fuego y aunque nos cueste reconocerlo, el inconsciente es también una parte que repercute en nuestra personalidad.
La ansiedad es a veces una respuesta que emerge cuando el inconsciente está saturado, como si un pantano estuviese rebosando agua y necesitase abrir las compuertas para volver a regularse. Y entonces sin previo aviso ocurre algo que te hace llorar o te hace dudar o te mete en bucle en una mezcla desagradable de sentimientos y pensamientos que te afectan profundamente durante un periodo de tiempo, hasta que esa imaginaria presa pierde el agua que necesitaba para volver a funcionar con normalidad. También ocurre con el mundo de los sueños, donde muchas veces nuestro cerebro para procesar toda la información almacenada en el inconsciente genera unos viajes oníricos un tanto particulares y así es como regula una importante parte de nuestras emociones.
Nos queda mucho trabajo que hacer para la comprensión de nuestro propio inconsciente, aún más cuando se trata del inconsciente ajeno, del que emerge de otras personas o del entorno en general. Pero les recomiendo observar esa parte que hay en cada uno cuando una situación se convierta en algo extremadamente complejo, sensible o vulnerable. Cuando alguien, sin motivo aparente, comience a llorar o cuando veamos que el comportamiento de una persona pasa a estar inseguro o inquieto, incluso con ustedes mismos, pregúntense que mensaje les está mandando el inconsciente.
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