Yo no sé mucho sobre las relaciones, yo sé mucho sobre mí. Sé mucho sobre lo que deseo, lo que quiero, quién soy, qué soy capaz de hacer, sé mucho de lo que guardo, de lo que percibo, de lo que comparto, de lo que siento, de cómo lo demuestro... De eso, de eso sé mucho. También intuyo mucho sobre otras cosas, de las que aún no sé tanto pero seguramente ya sabré.
El caso es que entre estos saberes me he topado de lleno con una realidad, una realidad a la que yo llamaba estar rota, pero que no es más que una de las mil verdades que me componen. Sé que soy, en mi interior, tanto de escombros como de jardines. Un 50/50 difícil de llevar.
Quien entra por la puerta de mis jardines se queda prendido de mis bellas flores, paseando por los senderos de mi interior y las sinuosas curvas de mi cuerpo. Descubriendo una naturaleza, sutilmente tapada bajo un fino lienzo de confianza y hermosura innata. Una belleza que se esconde más en cómo soy, como persona, que en lo tangible de mi cuerpo. El problema es que los senderos no solo avanzan por un camino infinito de flores, de flores frescas y aromáticas, de campos gigantes, de árboles espléndidos... Mis senderos terminan en un terraplén pronunciado, en un acantilado que quita el hipo y que cae al vacío hacia mis más profundos escombros. Normalmente quien llega hasta ahí poco más sigue avanzando y recupera su paso, decidido, volviendo atrás sobre el sendero de las flores intentando por el camino arrancar algún pétalo de más o tallar alguna muesca en el tronco de mis árboles.
Esa es la entrada más visitada, no por la cantidad de personas que entran, si no porque las pocas que lo han hecho siempre han ido por el camino del sendero de las flores. Sin embargo existe otra puerta, otra ruta hacia mi interior: la ruta de los escombros. Ese mismo precipicio que comentaba es también un mágico camino hacia mi interior; lleno de sombras, escombros, restos destrozados de versiones que fui, un basurero emocional empantanado, flash-backs repetidos de experiencias del pasado y tierras quebradizas e infértiles. En esos senderos habita lo peor de mi y quedan restos de tóxicos que me han generado las heridas más profundas de mi persona. Es el motor de mis pesadillas más crudas. Pero también es, lo que de alguna manera, enriquece la parte más interesante de mi persona.
Es cautivador conocer a alguien que no le teme a lo peor de si mismo. Y es cautivador porque emana de una forma natural seguridad, una seguridad que todos anhelamos pero que pocos se atreven a reconocer que solo se consigue desde dentro. Así de primeras es lo que se me ocurre que puede pasar conmigo. Sin embargo, estoy segura de que todos somos escombros y jardines, aunque no todos seamos igual de valientes para reconocer esa parte menos bonita e inquebrantable que también nos compone.
Hoy, porque sí, me di cuenta que es bello cuando puedes hablar de esos problemas, de esas torres caídas, de esos tejados rotos, de esas guerras vividas que han dejado polvo, cenizas y lodo. Es bonito hablarlo, sobretodo poder comunicarlo con alguien que sin juzgarte, sin una sola palabra lo escucha todo... Y ahí me llegó, como una inspiración divina "quédate con quien vea tus escombros".
Sí, quédate con quien vea tus escombros y no le asuste en absoluto ese paisaje de cascotes desaliñados y peligrosos que construyen tu horizonte interior. Quédate con quien sea capaz de saber que estás rot@ y que eso supone cierta dificultad para recuperar tu inocencia natural. Quédate con saber que sin decir nada, simplemente por ser consciente y seguir ahí, te está demostrando más que aquellos que al ver lo peor se marcharon.
Y en ese pensamiento, de mi hacia mi, de mis escombros y jardines afloró también cierta rabia, sin desdén, pero con frustración... Y me frustra saber que ya no abro las alas tanto como ayer. Que quien antaño estuvo, sin cuidado ni delicadeza, ha sido también protagonista de ese derrumbamiento interno. Esa sacudida que ha hecho que mis parajes sean, al menos la mitad de lo que nunca había querido. Esos visitantes cobardes y vacíos, con mazos, piedras e indiferencia, tiraron abajo esa parte tan sólida, cándida y abierta... Esa parte que ahora solo es humo, fuego ardiendo, broza y desechos.
Quédate con quien te vea horas hablando porque entiende que necesitas decir algo más. Quédate con quien te diga que sí. Quédate con quien, realmente, sea capaz de vivaquear en las peores travesías de tu persona, entre tus sonrisas más bonitas y tus miradas inquietas, rebosantes de un "por favor... no me destroces lo poco que me queda".
Quédate con quien, sin decírtelo, te haga el amor como una señal de que todo saldrá bien. Alguien que te llene de ratitos la vida entera. Que entienda que eres huída, canción, gloria divina, agua que cae de las nubes, magia que flota en el ambiente... Alguien que no sea capaz de pensarte compartiéndote porque desde la primera mirada te vio como quien eres realmente; esa diferencia que lo dice todo. Quédate con quien no te llame solo cara guapa, pero que sí te diga, y mucho, corazón hermoso.
Aunque ya te digo, que yo de esto no sé mucho, que yo sólo sé de quien soy, de lo que me gusta hacer, sentir, de lo que he vivido, de lo que creo hoy, de lo que fabrico cada día.
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