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martes, 29 de mayo de 2018

¿Espiritualidad sin humanidad? No, gracias.


Si no te liberas de juzgar a los demás de forma cruel y desmedida, utilizando la fuerza de las palabras como una potente arma destructora, no vas a comprender qué es realmente vivir en consonancia y coherencia con la espiritualidad. 

Las redes sociales nos acercan a muchos conceptos de vida y aportan herramientas a muchas personas para compartir sus propios proyectos, muchos de estos proyectos pasan por temas que a mi personalmente me gustan mucho: inspiración, desarrollo, emociones, psicología, espiritualidad, chamanismo... De esta forma con constante trabajo diario alguien puede llegar a la consciencia de muchas personas y crear así nuevas formas de comportamiento, pensamiento y actitud, algo que personalmente me parece una maravilla. El problema se encuentra cuando éstas personas te condicionan tanto (o nos condicionamos tanto al situarlas como ídolos de nuestro camino) que perdemos el verdadero significado de la consciencia. 

Una cosa a tener en cuenta para comprender el camino de la espiritualidad es que se supone que es uno de los trayectos para alcanzar, realmente, un camino en armonía física, mental, amorosa... Con nosotros y con la vida, quizás sea ésta uno de los aprendizajes que realmente nos llevan a comprender el verdadero significado de la existencia. Pero ¿cómo alcanzar ésto si nos damos cancha libre para juzgar a otras personas? Nacemos realmente condicionados y programados para juzgar, criticar, etiquetar, señalar, condicionar... A nuestro entorno. El sistema que nos asfixia es competitivo y nos enseña a jugar sucio, parece que vamos predispuestos a herir para poder quitarnos adversarios independientemente del ámbito de nuestra vida, pueden parecernos adversarios también personas que simplemente son felices con lo que hacen aunque no tenga nada que ver con lo que hacemos nosotros. Es una forma inmoral, pero socialmente aceptada y programa, de vivir. 

Creemos aquello de que existe la "envidia sana" y es mentira, es otra forma más de acomodarnos en emociones y patrones que nos hacen seguir en la frecuencia de la comparación, un claro ejemplo de una importante falta de amor. Si esto no fuese poco, éste desarrollo como individuos también se mezcla con los ejercicios que se nos proponen al reconocer el ego, entender que es algo que no se esfuma y que también tiene un importante papel positivo y constructivo en nuestra vida aunque la mayor parte del tiempo nos lo tiremos juzgándolo y criticándolo. 

A mi parecer para que alguien o algo sea un buen ejemplo, sólido e impecable, de espiritualidad tiene que comprender lo más oscuro del ser humano sin tender al juicio fácil como primera manera de interactuar con esas sombras. Por otro lado tiene, también, que ser capaz de observar las más hermosas luces en aquellos que parecen pasar desapercibidos entre unas lineas de la vida que son diferentes a las que vemos comúnmente. No existen sombras y diablos externos tan poderosos como los que cada cual tenemos en nuestro interior, a nivel pensamientos y emociones. 

¿Serías capaz de justificar el juzgar y criticar a una persona sin tener presente que quizás ese ser humano tiene un profundo océano de emociones, pensamientos y sensaciones que son quien le hacen ser quien es? Y no, no me refiero a justificar las mayores atrocidades del mundo con ésta teoría. Hay seres humanos, símbolos espirituales, capaces incluso de perdonar los más crueles asesinatos cometidos en la humanidad... Yo hablo de la espiritualidad de nuestro día a día, un día a día que en mi caso se resume en trabajar, tener mis pequeñas aficiones, ver a mis amigos, ofrecer tiempo a mi pareja... Entre todo eso, aunque parezcan estructuras de confort sólidas, hay momentos donde uno debe comprender y entender que la espiritualidad en lo cotidiano tiene más valor y poder que en ningún otro ámbito.  Porque lo cotidiano es lo que nos acompaña cada día. 

Precisamente en esa rutina, en aquello que es común en todas las vidas, es cuando más debemos demostrar realmente nuestra práctica espiritual. Comprender al otro sin juzgar, observar el arte más profundo de alguien que se abre dentro de ti sin que esto te lleve a la crítica (rápida y fácil) de pensar que es un ser endemoniado carente de luz. Esto es una conclusión a la que he llegado tras años juntándome con muchas personas que eran los menos populares del mundo y sin embargo para mí los más humanos. Para comprender el verdadero significado de la espiritualidad tienes que estar dispuesto a observar la humanidad de cada persona que te rodea o te ha rodeado. Y observando la humanidad hallarás maestros, aprendizajes e incluso integrarás mejores versiones de ti mismo. 

Espiritualidad sin humanidad hace referencia a aquel que es capaz de mirar y señalar, de forma negativa, a una persona que ni siquiera conoce por su apariencia, por su forma de vida, por su creación... Pensando por ejemplo que menuda oscuridad lleva dentro, cuando quizás esa persona jamás en su vida ha hecho un daño real y consciente a ningún ser humano. 

Espiritualidad sin humanidad es la perspectiva de esa división real de imaginar que lo impoluto y lo impecable solamente se encuentra en lo que brilla, cuando lo impoluto y lo impecable en cada ser humano es la verdadera capacidad de analizarse a si mismo sin intentar, en la medida de lo posible, dejarse ninguna oscuridad en el tintero y viviendo en armonía entre esas luces, sombras, blancos, negros y grises que a todos nos componen. 

Espiritualidad sin humanidad es mostrar, hacer creer, caer en esa creencia, imaginar... Que la cima de un ser desarrollado, en plenitud, con sentido de la realización y que aporta al mundo es una persona perfecta, con una vida perfecta, un nivel social perfecto y todo vibra en esa perfección. Porque espiritualidad sin humanidad significa idealizar a través de la perfección, desarraígandonos de lo más humano y natural en este mundo: la imperfección. Si la perfección ha sido impuesta por la percepción de otros que desde su juicio valoran a través de sus propios gustos, entonces la perfección es solo una ilusión irreal, dañina y tóxica inyectada por otras personas que esperan que pensemos y vivíamos con ellos quieren o les conviene que hagamos. 

Por eso, yo hago desde aquí un llamamiento a más espiritualidad con humanidad. Más cuerpos y sonrisas que no parezcan perfectos, más hablar sin tabúes, más permitir a la vida y a la sociedad mostrar también sus sombras e incluso en aquello que nos parece un estercolero hallar un sinfín de aprendizajes y sabidurías que de ninguna otra manera habríamos encontrado. 

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