Prefiero el precio que pago por tener mis valores al precio que pagaría por la ausencia de ellos. Prefiero el ladrillo que me construye al hueco que existiría y todo terminaría por convertirse en vacío y en ausencia.
Prefiero, lo prefiero y lo elijo. Y es que no puedo imaginar una vida distinta, diferente... Aunque a veces surja la duda, la enorme incertidumbre, porque soy humana y a pesar de mi amor y mi fidelidad a veces también me visto con un poquito de ambivalencia. Aunque donde no hay duda es en la elección de mis principios, como la persona que soy, que en no tenerlos, no cumplirlos o no ondearlos como base de construcción y materia prima para mi propia vida.
Estoy más preparada para cargar con las consecuencias que supone tomar decisiones desde los puntos en lo que me enebro, tomar elecciones desde el conocimiento en el que creo, construir el destino desde la lealtad a mis creencias, mis filosofías y mis rituales... De lo que lo estoy para convivir y asumir lo que supondría no conocer esta parte de mi, renunciar a esta parte de mi o desterrarla.
Me prefiero así que como muchas veces he intentado ser. Me siento más cómoda de ésta manera y espero que cada persona que conozco logre sentirse de la misma manera consigo mismo, espero que cada persona que sabe de mi ser se libere de la culpa que a veces la sociedad nos puede inyectar por querer ser nosotros mismos.
Porque mi conciencia duerme bien tranquila cuando me siento en el descanso del trabajo y pongo un poco de alpiste debajo de la silla, sabiendo que cuando me levante los gorriones tendrán algo que picotear. Porque mi corazón palpita de alegría cuando me tomo tiempo para hablar con Antonio, un señor que pide en la puerta del súper donde compro y compartimos algo más que tiempo y conversaciones. Y es que siento vida recorriendo mi cuerpo cuando sé que he hecho lo que debo, por encima de la pesadumbre con la que se manifiesta la pereza ajena o el egoísmo que tanto nos rodea; si me encuentro con algo que no es mío, al margen de su precio, ten por seguro que lo haré llegar a su dueño. Si encuentro un animal desvalido, poco me importa llegar tarde a la entrevista del trabajo de mis sueños, me pararé y si hace falta lo llevaré a casa. Y es que si me encuentro a alguien llorando en el metro no puedo evitar pararme y preguntarle si necesita que le echen una mano y aunque no soy muy amiga de acercarme físicamente a la gente, os aseguro que ahí regalo abrazos sin condiciones y sin miedos.
Porque prefiero el precio de mis valores, aunque a veces suponga hacer reflejo de lo correcto y eso haga que otros se lo tomen a malas, aún sin decirles nada, porque se sienten mal consigo mismos cuando echan un vistazo hacia dentro de su ser... Y se replantean que, quizás, hay momentos donde hay valores mayores que los que orbitan alrededor de un ombligo.
Prefiero todo lo que he pagado durante toda mi vida por tener esta forma de ver y de hacer las cosas, aunque me ha dolido muchísimo el ataque y aún más la ausencia, me ha desgarrado la opinión de mi familia siempre diciéndome "lo das todo y te quedas sin nada", pero al final cada día la que me acompaña mañana, tarde y noche soy yo misma. Ni ninguno de ellos, los que me han juzgado, los que me han criticado, los que han opinado "porque sí"... Me arropa cada noche, cuando por encima de la almohada en la que me apoyo hay algo que vale mucho más: mi conciencia.
Y es que como empecé a decir con 15 años: conciencia tranquila, corazón contento.
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