Crear intimidad real, con aquellas personas que son importantes para ti, es algo muy difícil. Requiere de coraje, honor, voluntad, de buenas intenciones, honestidad, transparencia, humildad... Y más difícil es aún cuando lo que está en juego es nuestro pleno corazón.
Hace algunos años un profesor me recomendó ver la película "El indomable Will Hunting" y me lo recomendó porque decía que aquel protagonista era yo, en muchos aspectos. En aquellas yo sólo tenia 14 años y había importantes matices que escapaban a mi comprensión, con el paso de los años me gusta volver a ver películas importantes para poder sacarles aún más jugo con la sabiduría y la experiencia que te van dando los años. Y hace poco me topé con ésta magnífica imagen que dió un vuelco a mi corazón.
Un básico tan mágicamente resumido sobre un concepto tan poco defendido. Y es que en los años que pasan parece que cada día todos de nosotros vamos más a peor, nos cuesta realmente ser quienes somos en esencia y nos sobreprotegemos o arrastramos destructivas conductas y patrones que condicionan lo mejor de nuestra vida y también que cohíben las mejores de nuestras experiencias. Entre esa maraña o abanico de posibilidades, la mayoría de las veces uno se encuentra el contacto en pareja, el amor, la intimidad, la conexión, la interconexión de varios polos que crean un contacto real y auténtico para que se de un desarrollo diferente en sus vidas.
Como dice una buena amiga mía "las personas no somos islas" Esto quiere decir que por mucho que queramos aislarnos, una provocadora naturaleza emanará de nosotros para hacernos conectar con otros, pues por mucho que huyamos nuestra innata habilidad es socializar con los demás. De no ser así, seríamos caracoles o plantas hermafroditas.
Pero más allá del concepto de la reproducción se encuentra el complejo concepto de la emocionalidad humana, aspectos psicológicos que nos componen y nos describen, que nos acompañan, nos condicionan, nos liberan o nos hacen ser los animales que somos. Esa parte de nuestro ser que admiramos profundamente a la vez que rechazamos, porque es sinceramente la parte más difícil de todo lo que nos compone.
Y sobre esta parte va dirigido este texto. Como se resume en la imagen, cuando encontramos a alguien lo más importante no es que sea una persona perfecta, porque la perfección no importa. Tampoco es que nosotros seamos perfectos, porque sinceramente muchas veces no nos acercamos ni siquiera a ser buenos, hay días que somos cacas gigantes y está bien, eso también es humano. El punto a tener en cuenta, el núcleo de la cuestión, es si eres perfecto en conexión con la otra persona. Y aunque ahí no lo ponga, creo que está implícito que para poder admirar y ser objetivo con esto uno debe ser valiente... El primer paso para ser valiente es quitarse las máscaras y caretas, el segundo es reconocer que tienes miedo y el tercero es hacer, lo que tantas ganas tienes de hacer, aunque lo hagas con miedo.
Esto es como cuando me propuse conducir: me daba tanto pavor que sufría ataques de ansiedad. Pero día tras día iba a clase, me presenté a los exámenes, aprobé a la segunda, lo abandoné por un tiempo, volví otra vez a retomar la conducción... Y actualmente me hago más de 60km diarios. Lo conseguí, lo convertí en un hábito natural y estable, pero para poder lograrlo al principio tuve que hacerlo con mucho miedo, temblando, dudando de mi misma, viéndome incapaz... Creo fervientemente que hay una parte en la intimidad, en la conexión, en la creación con el amor, en el dar en paso en pareja, en la honestidad y la vulnerabilidad que se hace desde el miedo. Uno no se desnuda con total alevosía y alegría a la primera, porque dejar el alma al descubierto da pavor. Pero hacerlo día tras día, aunque tengamos dudas, aunque a veces nos planteemos huir pero no lo hagamos, aunque tengamos terror... Es lo que marca la diferencia.
En el amor, como todo en la vida, si quieres algo... Tienes que ir a por ello. Y en el amor, como en muchas cosas en la vida, para ir a por algo tienes que dar pasos aunque tus piernecitas tiemblen como un flan y tu cabeza esté inundada de ansiedad, miedos, pánicos... Aunque las palpitaciones te hagan temblar las manos y aunque te quedes sin saliva. Pero cada vez que te des un paso, incluso con miedo, estarás un paso más cerca de vaciarte de ese miedo y de crear en estabilidad y confianza. Que nadie se crea que la confianza, real, llega de la nada y se establece ahí para siempre jamás.
Confiar, en uno mismo o en los demás (incluso en la vida) requiere de un arduo y complejo ejercicio de tolerancia, convencimiento, honestidad... A través de la constancia.Y eso es repetir el mismo ejercicio una y otra vez: hacer lo que nos da miedo, hasta que deja de darnos miedo y se convierte en algo donde tenemos confort y confianza, porque ya sabemos que sentimos, quienes somos, donde estamos, donde vamos, qué queremos.
La constancia es la herramienta para crear cualquier cosa y que esa cosa sea sólida y estructurada. Sin constancia, todo se vence y se viene abajo. Constancia es la habilidad necesaria para lograr objetivos y cumplir metas, pero también el amor requiere de una constancia mental y psicológica; la constancia de saber el motivo por el cual estamos regando y haciendo emerger ese amor. La constancia de creer en la otra persona o de creer en el propio impulso de nuestras entrañas, que son las que nos empujan a adentrarnos y a ser valientes.
He aquí la más importante inflexión, el centro y el sol de ese nuevo sistema solar que estamos construyendo a nivel emocional.
A todos nos da miedo el amor, a todos nos da miedo salir rotos, a todos nos da miedo el abandono, las heridas, las trampas y los juegos sucios. A todos nos da miedo ser mejor y que alguien venga para aprovecharse de nosotros y salga airoso mientras nosotros nos tiramos un ratito recogiendo pedacitos de nuestro ser que queda esparcidos tras un choque tan profundo.
Pero quien no juega, de seguro no gana. Y quien no arriesga, no conseguirá nada.
La verdad sobre las personas no es analizarlas viendo si son la mejor apuesta, si son lo más adecuado y lo que mejor se adapta a nuestro ideal... Porque quien busca un ideal no está buscando a un ser humano. La verdad, en estos casos, es tener en cuenta aspectos como si esa persona nos hace luchar o nos ayuda a luchar por algo mejor, si sirve de apoyo, si es consuelo cuando todo es desconsuelo, si nos sentimos mejor a su lado, si nos hace sentir fueguito, si nos hace conectar y aprender, expandirnos... Y sobretodo, si sentimos la seguridad de que será capaz de acompañarnos incluso en las peores tormentas que la vida siempre tiene preparadas.
El punto sobre el que reflexionar o sobre el que tomar consciencia es saber si es una persona que se le ve lo suficientemente valiente y atrevida como para lanzarse a la piscina con nosotros. Si comprende el verdadero significado del honor, de la lealtad. Si conectamos en lo que realmente importa, que es algo mucho más profundo que gustos artísticos, hobbies o música.
Ese es el verdadero punto sobre el que tenemos que dar vueltas. Y también el mismo que debería abrirnos los ojos para ver la verdadera grandeza de las personas. Y comprender que éstas oportunidades no abundan, saber aprovechar los regalos que desde su inmensa generosidad nos entrega la vida. Y valorarlos, realmente, sin cuestionarnos nada más.
Para terminar; no romanticen el amor, no romanticen a las personas. Ni el amor, ni las relaciones... Serán siempre un bálsamo de paz. A veces no serán bálsamo de nada, a veces serán pruebas extremas que nos harán replantearnos muchas cosas sobre nosotros mismos y nos llevarán a desconocidos rincones de nuestra psique.
La paz es un estado maravilloso, pero la vida en si misma es una vibración metamórfica que se mueve en diferentes niveles y no está constantemente en el nivel que más nos mola, de ahí que sea algo tan esencial e importante saber adaptarse a cada una de sus formas, para saber surfear las olas naturales del vivir.