¿Sabes? todo hay que sentirlo, notarlo, palparlo en lo más profundo de tu ser...

lunes, 8 de octubre de 2018

Cuando corremos más que el propio tiempo:


Existen diversos motivos por los que sentir ansiedad y existen diversas formas de tratamiento para la ansiedad, pero hoy quiero hablaros de un motivo que conozco personalmente: correr más que el propio tiempo. 

Ya sea por este sistema que nos rodea, consumido en un ritmo desgastante o incluso por nuestro propio ímpetu, miedos o fobias... En ocasiones nos aceleramos más de la cuenta, sin ser conscientes de lo que esto puede llegar a suponer. 

Nos aceleramos y vamos antes que el propio tiempo, vamos por delante de los propios acontecimientos, precipitándonos irremediablemente a un dolor profundo y una sensación de asfixia y de que algo nos agota y nos destroza. 

En ocasiones puede ocurrir incluso con nuestra mejor intención, cuando vamos muy rápido al conocer a alguien. Nos adelantamos a los sucesos reales, a lo que es material, tangible... Y corremos más, incluso, que la propia evolución natural de la relación, corremos más que el propio amor y nos precipitamos, aunque con toda nuestra ilusión, a toda prisa sin tener en cuenta los procesos de la propia vida, los procesos de las personas involucradas en esa relación... Y finalmentes nos encontramos, en muchas ocasiones, con millones de castillos en las nubes que se deshacen y de vienen abajo, y ahí viene: el efecto secundario de haber corrido antes que el propio tiempo, la sensación de desgarro, los añicos por el suelo, algo que se nos rompe. 

En otras ocasiones esa manera de acelerarnos viene de la mano de que no sabemos vivir sin saber, sin conocer... Y es que consciente o inconscientemente siempre buscamos una seguridad. Hasta cierto punto es natural: somos animales y buscamos estar seguros. Pero esta búsqueda de seguridad, a veces, viene teñida de inmensas expectativas en relación al futuro, sin embargo el futuro en algunos momentos es algo incierto que sólo se desenvuelve y se da si nuestra intención es de confianza y de pleno compromiso con lo que esa confianza significa. A veces olvidamos que el futuro es simplemente tirarse, como el que salta en paracaida,s y ver que se va dando mientras nosotros nos desenvolvemos con nuestra mejor intención, porque en ocasiones incluso teniendo todo atado, programado y organizado, el futuro es caprichoso y se pueden dar obstáculos y dificultades con las que lidiar y que nos cambien, repentinamente, el rumbo de esa historia que habíamos construido. 

Quizás existe otra manera más de sentir este tipo de ansiedad y es cuando nos adelantamos incluso a nuestra propia edad. Las crisis existenciales, fundamentales para el desarrollo del ser humano, a veces vienen acompañadas por periodos diferentes de edad. Cuando la sociedad nos empuja a crecer antes de tiempo, como ocurre actualmente con todos esos niños y adolescentes, perdiendo una parte de la educación y del desarrollo del ser humano que es fundamental, son más propensos a sufrir determinadas crisis antes de tiempo. El cerebro humano evoluciona según la edad en la que se encuentra y también según las circunstancias que se encuentran en esa edad, es cierto que incluso teniendo unos u otros años podemos ser más o menos maduros, pero nunca tendremos tanta sabiduría como una persona que nos doble o triplique la edad, biológicamente esa persona ha sido expuesta a diferentes adversidades que quizás nosotros aún no hemos experimentado y su cerebro y sus conductas han desarrollado diferentes patrones de conocimiento, supervivencia y aprendizaje. 

El problema es que muchas veces nos adelantamos a nuestra propia edad, adentrándonos en crisis asfixiantes e innecesarias, porque ahí sí que vamos más acelerados que el propio tiempo... Creando agotadoras dudas, lagunas enormes de dudas existenciales, donde nos perdemos en esa profunda inmensidad. Dudamos constantemente de si lo estamos haciendo bien, de si el futuro se dará bien, de si somos lo suficientemente responsables con nuestra propia edad, de si se nos acabarán las oportunidades, de si perderemos trenes esenciales, de si será la última vez... Y así nos olvidamos de nuestro presente, de nuestra edad y de la realidad de que la vida, en si misma, tiene miles de oportunidades hasta que finalmente nos morimos. 

Porque, aunque suene radical, es más fácil morirse que perder trenes que nunca jamás van a volver. La frecuencia de la vida, en muchas ocasiones, es repetitiva y si no hemos aprendido algo o no hemos aprovechado algo, se termina repitiendo más adelante, en ese sentido podríamos vivir mucho más tranquilos, sin embargo nos condicionamos de manera habitual a infinitos ultimatums que ni siquiera existen de forma natural en la vida, son como pequeñas trampas mentales, emocionales y psicológicas que nos imponemos. 

Así nos habituamos, como una mala rutina, como algo frecuente en lo cotidiano, a correr más que el propio tiempo, olvidando que todo necesita de su tiempo, de su propia frecuencia y sobretodo de paciencia para mostrarse, para darse y desenvolverse. 

Cuando esto me ocurre, que durante mucho tiempo precisamente este patrón de conducta ha sido el peor de mis enemigos, recuerdo que la mayoría de las veces lo que ocurre en nuestra vida, lo que está por ocurrir, lo que significa vivir, el momento en el que nos encontramos... Es como sembrar una semilla. 

Nosotros podemos aclimatar correctamente el lugar para sembrar y hacer germinar una semilla, pero no podemos acelerar su proceso para echar raíces y crecer. Por mucho que la reguemos, por mucho que la pongamos a la sombra o al sol según el momento del día, por mucho que podamos o queramos usar productos fertilizantes... Hay algo, que está más allá de nuestro control, y es el tiempo natural y biológico que necesita esa semilla para convertirse en planta o en árbol. Igual ocurre con muchos de nuestros procesos y momentos en la vida, sobretodo los referentes a las relaciones y al futuro: por mucho que hagamos, no podemos evitar que cada una de estas circunstancias necesiten de su propio tiempo para darse correctamente y si corremos más que el propio tiempo que necesitan, nos exponemos a sufrir y a caer de lleno en un patrón de control que es destructivo y bastante tóxico. 

Cuando corremos más que el propio tiempo, nos adelantamos a que el tiempo nos pueda mostrar aquellas cosas buenas que tenía entre manos y que tanto quería enseñarnos, impidiendo que esto ocurra.

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