Tenemos un trabajo que hacer cada día para mejorar nosotros y para lograr que éste sea un mundo aún más auténtico, verdadero y honrado. Ese trabajo es ser honestos.
Necesitamos de la honestidad para que nuestros actos y palabras se vistan transparentes y transmitan la verdad de que habita en nuestros pensamientos y en nuestra alma. Para ello tenemos que saber ser honestos y sinceros con nosotros mismos y quitarnos el miedo a decir la verdad. Quien vibra en verdad huye de manipular al prójimo, de hacer daño o de ocultar cosas fundamentales para que todo fluya de una manera auténtica.
Esto es algo muy común a día de hoy en muchos tipos de relaciones, incluyendo también la amistad. Muchas veces nos cuesta decir la verdad a los demás, desde nuestra mejor intención y sin imponer, no sabemos compartir que quizás hay algo que nos ha molestado o algo que nos ha dolido o algo que necesitamos, y vivimos encerrados en una actitud autoprotectora y a la defensiva donde preferimos un silencio incómodo y poco enriquecedor, antes que una liberación y una comunicación sincera.
También nos pasa con nuestras decisiones sobre nuestra vida, a menudo nos encerramos en una costumbre de autojustificación porque nos duele ser sinceros con determinados aspectos de nuestra rutina: quizás nuestro trabajo no nos guste, a lo mejor es momento de compartir piso con otras personas, quizás estamos eligiendo mal a nuestros compañeros y compañeras de camino... Sentimos algo incómodo en nuestro día a día, pero antes que darle la atención y la definición que se merece, preferimos ser deshonestos con ese sentir y buscar mil y una excusas para mantener determinadas situaciones y relaciones que nos consumen y nos dañan.
En este mundo si uno no puede hacer algo consigo mismo, como por ejemplo ser honesto y practicarlo con su ser, muy difícilmente podrá compartirlo y ponerlo en práctica con otras personas. Ocurre similar cuando uno no sabe comunicarse consigo mismo, es muy difícil y complejo que sepa comunicarse con otros. O cuando uno se miente a si mismo, es más fácil que también mienta a otros. O cuando uno se machaca profundamente, es fácil que viva en un enfado constante y una desilusión que muchas veces le empuja a hacer que otros se sientan igual.
Pero hoy quiero centrarme en algo muy importante, la honestidad para con nosotros y para con los demás, sobretodo cuando hay por medio mucha emoción, pasión, cuando hay corazones y almas que se pueden ver repercutidos por nuestras decisiones, palabras, intenciones y gestos.
Hace poco me sorprendí en una conversación con una persona que, aún muy enfrascado en su propio camino y en sus propias crisis, estaba llevando a cabo actos, gestos e intenciones poco nobles con su compañera (y como compañera en este caso me refiero a pareja). Yo también me he equivocado, hace años, y quizás por eso a día de hoy intento transmitir lo doloroso que puede ser romperle la confianza y el corazón a otra persona.
Él iba en una búsqueda intencionada para encontrar otra persona sin haber dejado y soltado su relación actual y se encontró conmigo. Lejos de seguirle el rollo le expliqué que no era justo para él ni para ella esa situación sobretodo cuando las cosas se pueden hacer bien.
Y aquí viene la frase que me salió del alma y que me ha inspirado para este texto: cuando estamos en pareja tenemos una responsabilidad con el corazón y el alma de la otra persona, en la medida de lo posible debemos evitar destrozarla y hacerla trizas con nuestras decisiones o actos egoístas, sobretodo porque no sabemos cómo de profunda puede ser la herida en la otra persona y cuanto tiempo puede tardar en superarlo, si es que llega a superarlo.
Y ahí está: tenemos una responsabilidad emocional con aquellas personas que nos conocen. Ésta responsabilidad es en todos los ámbitos de nuestra vida: conocidos, amigos, familiares, parejas, compañeros... Cada ser humano que entra en nuestra vida traza un vínculo sagrado con nosotros, de mayor o menor intensidad dependiendo del tipo de relación, pero en toda unión hay una conexión, un dar-recibir, una intervención emocional y psicológica y miles de máscaras, intenciones, palabras, posibilidades... Que se pueden dar, que pueden ocurrir, que se pueden desvelar.
Precisamente por ésta realidad tan "mágica" en cada relación, nosotros en la medida de lo posible tenemos que ser honestos, nobles, leales, sinceros y transparentes. Hay verdades que duelen, ésto los sabemos desde hace mucho tiempo, pero ninguna verdad duele más que una mentira. Porque en la mentira se hace añicos el valor sagrado de la confianza y a veces no somos conscientes de la verdadera magnitud que tiene la confianza. La presencia de la confianza es un vínculo de protección, de zona segura, es sin duda un lazo de amor para cualquiera.
Confianza es lo que se traza entre un humano y su compañero animal, por eso hay u amor entre especies que lo une y hace que todo sea posible. Hay una empatía, un cariño diario y un vínculo de generosidad, afecto y cuidado.
Confianza es lo que se traza entre un padre y su hijo, cuando comparten un sencillo instante de charlas, comida, paseo, compartir una cerveza en una terraza o incluso hablar de cosas banales. Pero ahí hay tejido algo con mucha más presencia y grandeza: hay tejido una red de apoyo, de moción y de un amor honesto y profundo.
Confianza es lo que nace y emerge cuando dos desconocidos comienzan a conocerse, con el paso del tiempo, de los días, de los momentos compartidos... Esa confianza hace que esa unión se defina y se convierta en algo más. A veces esa unión es una fructífera y hermosa amistad, los amigos son la familia que nosotros elegimos. A veces esa unión es una fructífera y hermosa relación sentimental, la pareja es otro de esos miembros fundamentales de la familia que nosotros forjamos.
Pero la confianza no es capaz de darse, crecer, expandir sus alas y su belleza frente a la presencia de la mentira, del juego sucio, de las intenciones dañinas, de las palabras ocultas... Y lo que ocurre es que si la confianza se rompe, en algunas ocasiones con esa ruptura también va una ruptura de nuestro corazón y nuestra alma. Y aunque es cierto que parte del camino natural de la vida es romperse y recomponerse, también es cierto que de eso mismo se encarga sola la vida y no necesita que nosotros sigamos exponiendo a otras personas a esos sufrimientos. Ahí se encuentra nuestra mayor responsabilidad.
En ocasiones vamos caminando y nos damos cuenta de que estamos rodeados por personas que son cadáveres emocionales, son los restos de la falta de compromiso y responsabilidad que han tenido otras personas que les han conocido. Eso es lo que tenemos que evitar, tenemos que ser consecuentes y evitar en la medida de lo posible que existan más personas tan destrozadas y tan rotas que ya no se atrevan a volver a confiar. Esto es más común en el ámbito de las relaciones sentimentales, aunque realmente es algo que puede darse en cualquier circunstancia donde alguien, como decía, juegue o rompa nuestra confianza.
Creo que para evitar todo esto quizás lo más efectivo es ser honesto, hablar profundo y sincero, ser auténtico con lo que decimos, hablar de manera sincera, mostrar nuestras verdaderas intenciones desde el principio, expresarse sin dar error a dobles interpretaciones, ir de cara... Y también hacer todo esto con nosotros mismos. Si lo que hacemos puede causar un daño tan grande y tremendo en los demás, imagínate cómo se queda nuestro corazón después de ser testigo de nuestra falta de humildad y de empatía.
Tenemos una responsabilidad emocional con los corazones y almas de otras personas y eso también implica que tengamos una responsabilidad, igual de grande, con nuestro propio corazón y alma. La armonía que habita en hacer bien las cosas, en que nuestro corazón y alma se encuentren en paz con nuestros actos, se llama conciencia y no hay almohada más cómoda sobre la que apoyarse cada noche que una conciencia tranquila.
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