Katmandú - Nepal |
Y así ha sido, el deseado viaje se ha dado. Se ha dado sola, con la más profunda compañía de mi misma, se ha dado con miles de oportunidades, se ha dado con nuevas amistades que he tenido el placer de conocer allí, se ha dado también con una intención de ayudar y habiendo ayudado, se ha dado con honestidad y con realidad, se ha dado con adversidad... Pero finalmente, lo que importa, es que se ha dado.
La decisión de irme a Nepal, finalmente, ocurrió en un momento álgido de mi vida. Una cantidad excesiva de estrés y de muchísimas situaciones que me mermaban y me empujaban de lleno a una ansiedad asfixiante. Recuerdo el día: de la noche a la mañana me compré los billetes y sabía que habiendo dado ese paso ya no podía dar marcha atrás.
Y los días pasaron y llegó finalmente el instante de coger aquel vuelo, largo vuelo, para terminar en un continente desconocido, en una ciudad desconocida, con una cultura que no conozco mucho y con un idioma completamente desconocido. Nada es ni parecido a lo que vemos a diario en occidente: ni la forma de las calles, ni el lenguaje, ni el tipo de comida, ni las rutinas... Sin embargo hay algo más grande y que todos los humanos tenemos en común: la generosidad del espíritu. Y es lo que más he encontrado estando allí: generosidad desbordando por los cuatro costados.
Ya iba advertida de que podía ocurrir algún tipo de obstáculo que me impediría tener un viaje placentero y plácido, y así ocurrió, a los pocos días caí muy enferma y tuve que estar lidiando entre fiebres altas y la necesidad de querer aprovechar al máximo el tiempo en un continente que, no se sabe, si volveré a visitar en esta vida.
Siendo sincera y a pesar de que, reconozco, me sentí profundamente vulnerable y sola (porque lo estaba) le recomiendo a todo el mundo viajar solo y vivir solos, sin pareja, durante una importante temporada de su vida. Este tipo de experiencias además de enriquecerte como persona, te endurecen y te hacen toparte cara a cara con tu mayor fortaleza. A más de 8000km de mi hogar tenía que saber hacerme ver y saber solicitar ayuda a aquellos que no me conocían demostrando que soy una buena persona, alguien a quien se puede ayudar con honestidad y franqueza sin temor a ser dañado. Además, los días en los que no podía contar con nadie (porque estaba en otra ciudad distinta) tenía que levantarme completamente sola, hacerme cargo de mi mal estar y buscar los mejores rincones para aprovechar la oportunidad de conocer personas increíbles, realidades inolvidables e interiorizar todo eso.
Recuerdo que uno de los días, que además me levanté con muchísima fiebre y muy desorientada, decidí irme a caminar cerca de un lago. Terminé sentada en un banco, para recuperar fuerzas. Mientras observaba el cielo un niño de no más de 13 años, cerca de mi empezó a esnifar pegamento y aquello me abrió los ojos a una realidad, cruda, que se extiende afectando a los más necesitados. Condicionados de por vida la pobreza de muchas personas no les da mucho margen de maniobra, hallando en el uso de sustancias y drogas la única salida y paz para calmar su hambre, su frustración, su dolor y para escapar, aunque irrealmente, de un día a día donde no tienen tantas oportunidades como nosotros.
Ahí caí en la cuenta de la fortuna que tenemos la mayoría de nosotros, simplemente por el tipo de vida que llevamos y la cantidad de oportunidades, diarias, que se cruzan en nuestro camino. Y es que es cierto que si tienes donde vivir, si tienes agua corriente potable, si tienes agua caliente, electricidad y si puedes comer a diario ya eres más rico, materialmente, que la mayoría de la población humana. Suena raro porque vivimos con nuestras gafas de occidente y de control, que nos impide ver la verdad más allá de lo que quieren que veamos, pero lo cierto es que esto es verdad. La pobreza es una condición que esclaviza a muchos seres humanos y que los encasilla en una realidad que, por desgracia, en la mayoría de los casos es innamovible. Por eso, aunque suene a moralista, deberíamos dar las gracias cada día por cada oportunidad y más aún si todas esas oportunidades están mejorando nuestro camino de vida y nuestra existencia.
Mi visita a Nepal también a ayudado a una pequeña organización, la aportación económica que hicieron todos aquellos que se enteraron de mi viaje ha sido una importante bocanada de aire fresco para un montón de niñas que encuentran en esa asociación el apoyo emocional y material necesario para rehacer su camino, encontrar su vocación y alejarse de hábitos destructivos, manteniendo la esperanza y la dedicación de poder hacer de su vida algo más.
En Nepal además he podido conocer una familia maravillosa que me han hecho sentirme como una más. Y ahí te das cuenta que poco importa el tiempo que pases con la gente, lo que realmente importa no son los años en una relación, es la intención y verdadero sentimiento que se encuentra cuando varias personas interactúan. Y a esta familia quería darle las gracias por haberme cuidado y haberse preocupado por mi y por mi bienestar, sobretodo sabiendo que estaba enferma. Cuando regresé a la capital su hogar fue mi lugar de recuperación y descanso, algo que no tiene precio.
En ésta búsqueda de mi Buda interior puedo decir con completa sinceridad que he aprendido muchísimo sobre mi misma, sobre los seres humanos, sobre el tamaño de los miedos... He visto sombras en personas que amo y también en mi misma. También he visto luces, hermosas luces y he podido conectar con una confianza plena que sólo se encuentra cuando te hallas completamente solo en medio de un país desconocido. Con esa confianza he podido abrir la puerta a la oportunidad de conocer otro tipo de personas, de muchísimos países, poder hablar con ellos en otros idiomas, poder aprender, poder comunicarme... Y eso, al final del viaje, es lo que me parece un regalo, el más valioso regalo.
Ha sido hermoso ver mi fragilidad entre sollozos de miedo e incertidumbre por todo lo que iba desenvolviéndose, ha sido bello poder reconocer que en algunas ocasiones habría deseado tener una buena compañía para poder compartir con generosidad cada sentir, cada lugar, cada comida y cada sorbo. Y es que en la búsqueda de mi Buda interior me ha tocado quitarme la ropa, la piel, los órganos... Y quedarme completamente desnuda para encontrar qué significa cada cosa que ocurre por "casualidad" en nuestros senderos elegidos.
Volveré una y mil veces más a Nepal y sé que siempre me esperará con algo nuevo que descubrir, sobretodo de mi. Me he impregnado al ver como la adversidad más dura es la naturaleza más común del día a día de aquellos que viven en aquellas tierras. Porque cuando la necesidad de supervivencia nos aprieta, tenemos poco tiempo para inventarnos dramas donde entretenernos.
Y otra cosa que me ha quedado aún más clara: El principal problema de Occidente es que es un adolescente que se niega a madurar, anclado para siempre en un profundo infantilismo encegador y un crónico síndrome de Peter Pan.
Si tuviésemos que vivir con la presión, real, de sobrevivir en ésta dura existencia como tienen que hacer allí... Seríamos más objetivos con aquello que merece nuestra atención, nuestra intención y lloraríamos menos por las esquinas por cosas que rutinariamente se comen nuestra energía y que nos impiden disfrutar de, sinceramente, toda esa libertad que nos aporta vivir en un país desarrollado y tener una economía más estable que en cualquier otro país subdesarrollado.
Y creo que eso es algo que he aprendido recogiendo mi pedacito de alma nepalí: soy afortunada. Incluso cuando me reboto y pataleo perdiendo el sentido de la coherencia y de la objetividad, incluso cuando me ahogo en un vaso de agua porque Pepito no me quiere, porque nada se parece a las expectativas que tenía de mi vida y porque los sueños no son igual en materia que en pensamiento, porque no se gestionar mis emociones y voy a bombardear a las personas con historias que no llevan a ningún sitio... Ahora toca arremangarse y ser realista, porque la vida es mucho más dura de lo que nos parece a nosotros. Más allá de nuestros muros existen millones de vidas que son exageradamente más difíciles que la nuestra y de nosotros depende sentir amor por todas esas formas de vida y encontrar la paz con ellas y con nosotros, mientras vibramos en la frecuencia más poderosa de la humanidad: la generosidad y la comprensión.
Y ¿sabes lo más impactante? Que la mayoría de esas vidas, mucho más duras que las nuestras, se quejan bastante menos que nosotros... Porque el hecho de intentar sobrevivir les consume el tiempo y no les queda ni un segundo para andar revolcándose en quejas que no son constructivas ni fructiferas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario