De una herida nació otra herida, quizás un poco más pequeña en algunos aspectos y quizás, solo quizás, un poco más grande en otros. Y de esa herida nació otra herida, con la misma descripción y de esta otra nació otra más... Y así sucesivamente hasta llegar aquí, a este momento, a este ahora, este instante donde somos tú y yo.
Nos preceden antepasados con mil historias que conocemos y otras tantas que desconocemos, entre ellas los entresijos más divertidos, como aquellos donde se esconden las emociones y los pensamientos, que son mucho de lo que somos y de lo que podemos influenciar en que sean otros. Y esos antepasados son también nosotros. Nos preceden historias, historias que preferimos imaginar que están olvidadas pero siguen habitando en nuestro ser, debajo de nuestra piel, latentes como el primer día.
En pleno S XXI es curioso como en una enorme ciudad te topas con muchas personas que llegan a un mismo problema (o no problema según para quien) y es la enorme dificultad de encontrar a alguien con quien entablar una relación, algo real de donde no haga falta escapar.
Quizás la sobre-estimulación o el hecho de que tenemos a nuestro alcance cientos de oportunidades más, nos hacen volvernos más exigentes o no sé... El caso es que con unas cosas u otras vamos saltando de relación en relación, algo de lo que he hablado ya en varias ocasiones ne este blog. A lo que menos hincapié he hecho, y que sin embargo es muy importante, es que al saltar tan rápido de unos procesos emocionales a otros, sin integrar ni aprender, nos autocondenamos a repetir los mismos patrones y esa conducta repetitiva termina por convertirse en un hábito, una rutina en la que nos acomodamos a pesar del dolor que nos pueda transmitir, pero que cuando uno se acostumbra le coge cierta apreciación o cariño (porque es lo que tiene el roce, que produce cariño).
De hecho es bastante común observar como muchas personas saltan de una relación a otra sin aprender nada por el camino y cuando ya han saltado lo suficiente como para sentirse exhaustos, terminan optando por una decisión desesperada: elegir por comodidad al compañero/a, en vez de por verdadera admiración y amor.
Y claro, esto funciona a medias, por un lado se crea un cariño real porque hay un contacto cercano y real, por otro lado se convive consciente o inconscientemente con la ausencia de algo necesario: el fuego de una relación, el verdadero amor, aquello que te enciende la chispa. Y si bien es cierto también que esto se puede "solventar" con mucho de sexo, hay un momento que cuando terminas uno de esos polvazos te quedas mirando al techo y sientes, realmente lo sientes, que entre tanto contacto de piel falta algo necesario... Y no me refiero a malignas mariposas que generan expectativas y que nos condenan a caminos de amor romántico dañino, me refiero a una conexión más real, más de "esto sí es un verdadero desnudo". La ausencia de ese verdadero desnudo destapa otra realidad, de la que muchos no quieren hablar para no asumir que su relación se basa en una parte que no es auténtica, la realidad de que falta mucho para que puedas ser tu mismo, la realidad de que condenas muchas de esas ideas que compartes en voz alta a no hacerse realidad... La realidad de que sigues con una venda en los ojos, simplemente, por estar cómodo.
Y al final esas relaciones se rompen y vuelve a surgir el mal hábito, ese amor temporero que ni es amor ni es ná, en las cuales te entretienes con sexo, algunas conversaciones sabor a cerveza donde nadie va a cambiar el mundo pero parece que sí, una amarga sensación de que todo es una mera ilusión pasajera y unos cuantos orgasmos más con los que al menos no te podrán quitar lo bailao.
Ellos lo llaman amor líquido. Todas esas personas que analizan la complejidad de esta sociedad actual, donde somos adultos casi por imperativo legal, donde nadie nos ha dicho que nos faltan mil herramientas, donde se desvirtúa una parte que era el núcleo del humano como persona y como humano. Esta sociedad dividida en mil caminos, en millones de opciones, en tropecientas realidades que convergen y emergen, ellos lo llaman amor líquido... No he buscado el significado pero supongo, aunque no lo sé, que hace referencia a algo que cambia de forma, que no se puede atrapar, que te nutre y luego se marcha. Yo lo llamo heridas de heridas que tienen más heridas y no sabemos como salir de ese círculo.
Yo lo llamo falta de compromiso, demasiadas dosis de miedo, lo llamo idealización de uno mismo y proyección de esa idealización hacia el otro. También lo llamo desesperación, no saber estar a solas, necesidad imperiosa por contacto porque se nos da fatal vivir sin que nadie nos toque bien adentro, aunque esa ausencia pueda ser para nuestro bien ya que nos ayuda a superar y sanar el pasado, y cuando hemos hecho esto es entonces cuando estamos dispuestos y preparados realmente para un re-contacto con otra piel. Yo lo llamo incoherencia, lo llamo no ser realistas con el paso del tiempo, no ser realista con uno mismo y por supuesto, falta de disposición. Seamos sinceros: hay muchas personas que no están dispuestas al amor.
Esto ocurre porque el amor es el maestro que hace resurgir tus verdaderos miedos. Patrones, memorias ancestrales, realidades de tu persona que solo salen a flote cuando estás conviviendo con una o un compañero. Cuando das ese paso de compartir, cuando ya el camino no es crecer solo, cuando el camino también es crecer en compañía.
Nos enredamos en relaciones donde no somos capaces de decir "te quiero" o "te amo", sea ese amor para toda la vida o no, pero es que precisamente lo que nos faltan son relaciones con ternura, con cariño del bueno, con amor sincero. Todo se esconde detrás de una cortina donde existen bombas de humo tras las cuales muchas personas huyen, donde existen polvos vacíos, donde no existen conversaciones profundas, donde no podemos ser, donde no se dicen buenos días, donde no se integra al otro, donde se esconde y oculta una parte de tu vida porque no quieres que piensen que vas demasiado en serio, demasiado real, demasiado humano... No vaya a ser, pongamos un ejemplo, que realmente eso funcione y tengamos que ponernos manos a la obra con otra parte de la evolución y del desarrollo de nuestra persona y vida. No vaya a ser que todo eso cambie una parte importante de esta experiencia, no vaya a ser... Que al final funcione tan bien eso de tomarlo en serio que sea un presente y un futuro donde vivamos junto con alguien sin arrepentirnos ni un segundo.
Pero no, no abrimos ni la más pequeña posibilidad. Estamos tan llenos de cicatrices, tan rotos y destruídos que a veces nos agarramos a la idea de que no merece la gracia ni la pena el más mínimo intento.
Ellos lo llaman amor liquido, pero yo no creo ni que tenga amor, yo lo llamaría "ausencia de amor". Una ausencia de amor, propio y en conjunto, que nos hace ser así en ocasiones de la siguiente manera: sin empatizar, sin comprender, diciendo que a nosotros siempre nos duele más, sin querer si quiera imaginar cómo habrán sido los procesos del otro para llegar a ser quien es, sin indagar, solo exigiendo, solo tocándonos o pajeándonos con la idea del físico, de los besos, del calor... De todo eso que se humedece o se pone muy duro, bien duro. Y ahí, en ese abismo caemos una y otra vez, una forma repetitiva de conducir la vida, de conducir una parte de nosotros.
Nos topamos con personas que al final ni llegamos a conocer, perdemos grandes oportunidades para madurar y enriquecernos, forzamos a otros a tomar las mismas decisiones que nosotros, nos creemos ejemplo cuando en nuestra relación realmente falta algo "más" pero la ondeamos al viento e intentamos que los demás caigan en esa misma trapa del ego: esa que no está conducida por el corazón. Generalizamos, no somos fieles al sentir de las entrañas... Si las bragas ya están un poco mojadas, cedemos. Aunque a nuestro cerebro le falten horas de lubricación y nuestro corazón anhele un beso real, sincero.
Nos acostamos una noche. A la mañana siguiente nos levantamos y con un par de días nos damos cuenta de que no estamos para el otro, de que las intenciones se han esfumado, de que las admiraciones eran banales, de que todo ha sido efímero como el aire que entra en los pulmones y sale... Todo ha sido, sin ser, como un abrir y cerrar de ojos.
Y cuando alguien nos pone patas arriba, cuando nos duele su ausencia, cuando su rabia porque hemos corrompido algo de su ser se posa en nosotros, nos autoconvencemos de que no amamos o no te queremos con pasión y desde el orgullo rompemos con todo. Yo también lo he hecho. Y entonces ahí es un adiós de una construcción que se viene abajo donde se quedan millones de raíces conectadas y que, en cierta medida, cohibirán quién soy y seré en un futuro con otras personas.
Cuando alguien nos quiere realmente, cuando está dispuesto, a veces lo manipulamos y nos aprovechamos de su cariño sin fronteras, de esa demostración de "ey, te quiero y te amo más de lo que jamás te has querido y amado" y lo mantenemos con la puerta entre abierta, porque es cierto que nos aporta algo que nadie más nos aporta: amor real. Y aunque por las noches nos entretenemos con fotos de otras y de otros, con besos de otras y de otros, cuando necesitamos amor real tiramos de esa puerta entreabierta. Esa puerta, que es un ser humano y al que demostramos que nos importa un pepino como se sienta consigo mismo y con este roll, con esta relación donde no se tiene en cuenta lo más profundo de su ser, lo más real de su persona... El amor que siente, el enganche que vive, el sufrimiento que experimenta cuando hacemos vacío pero luego, si nos conviene, reconectamos.
Conocemos a alguien, conectamos maravillosamente una noche aunque solo sea con unos besos pasionales, nos abrimos un poco y nos entra un vértigo tan grande, tan enorme, tan... De eso que asfixia, que salimos corriendo y nos ausentamos con la excusa de lo mucho que siempre tenemos que hacer. Pasan los días, las semanas y de repente caemos en la cuenta: ese alguien nos gustaba, un poco más de lo que pensábamos y cuando volvemos a retomar contacto ese alguien ya no está, se ha esfumado, no podía tirarse la vida esperando a que nosotros llegásemos a ese reconocimiento. Y ahí lo vemos claro: hay trenes que se marchan y cuando deciden irse, jamás vuelven.
Decidimos dar el paso de reconocer que algo es serio en un momento en el que una persona ya se ha cansado de implorarlo y luego cuando vamos a hacerlo y la otra persona ya no tiene interés en nosotros la culpamos.
Repetimos nuestra disposición al tonteo con otras personas, a esa calentura temporal, aun cuando tenemos seguro cerca de nuestro corazón a alguien que para nosotros si es especial. Y esa actitud hace que esa persona deje de sentirse especial y todo se va deshaciendo y desvaneciéndose delante de nuestros ojos hasta terminar por desaparecer. Y ahí, es un adiós (o quizás un hasta luego) donde se queda mucho dolor, mucha responsabilidad y mucho por asumir y superar.
Damos segundas e incluso terceras oportunidades a personas que solo con mirarnos nos hacen sentir en casa y entre unas cosas y otras la final solo se convierte en un arrepentimiento, en una brecha enorme que vuelve a sangrar de nuevo, es una coletilla que nos atormenta con la frase de "ojalá no lo hubiese hecho". Ahí, nos encogemos de nuevo y volvemos a nuestra predisposición de ser piedras, de no abrirnos, de poner límites, de mantener a los demás muy lejos.
Y así, una experiencia tras otra, un ejemplo tras otro, una realidad tras otra que seguramente te suene conocida y familiar. Una historia tras otra donde suena la misma cantinela con otros colores de piel, otros nombres y apellidos, otros lugares.
Ellos lo llaman experiencias del amor líquido... Yo lo llamo "me siento bien jodida por dentro".
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