Si has entrado aquí es porque el título de ésta entrada ha resonado contigo, de una manera mucho más profunda de lo que imaginas. Y es normal, creo que la sensación de soledad y abandono son las heridas más primigenias y comunes en la humanidad y en cada persona que la compone.
Quizás debido a ésta herida, que nos sangra más a menudo de lo que nos gustaría, tendemos a estar en la búsqueda constante de llenar un vacío que cuando lo sentimos es frío, amargo y desgarrador. Por esa brecha se escapa toda nuestra conexión con el presente y con lo divino... Esta sensación puede durar unos instantes, algunos días o inclusos meses. En éste texto me gustaría compartir algunas percepciones que no creo sean la verdad absoluta, pero que sinceramente proyectándolas por escrito me ayudan a tener otra percepción, deseo que a ti también te ayuden de alguna manera.
Creo que sólo hay dos cosas realmente impactantes en la existencia Y cuando me refiero a impactantes quiero recalcar que hay una verdadera conmoción física, energética y espiritual. Esas dos cosas son: nacer y morir.
Nacemos empujados por el primer amor de nuestra vida: nuestra madre. Pero venimos solos, incluso aunque en el parto estemos acompañados por un hermano o hermana (o hermanos o hermanas). Cruzar ese umbral de las entrañas y lo primigenio, del milagro científico y biológico, a la vida tangente, a la realidad a lo estipulado, al mundo de fuera. Salir de la oscuridad acuática del cobijo y la protección, de que recibimos todo lo que necesitamos, a una luz cegadora donde también habitan sombras y donde todo lo que necesitemos, a partir de ahora, va a tener que ser pedido, solicitado, luchado, buscado, trabajado, creado... Pasamos de un milagro a otro, en unos instantes.
El nacimiento es un proceso que luego llevamos continuamente en nuestra vida, de ahí que muchas veces sintamos un renacer de nuestra propia persona y de nuestra propia vida. Algo similar ocurre con la muerte y con sus miles de formas; por un lado tenemos la muerte del cuerpo, el cual llega a su punto de 'no retorno' y termina apagando todos sus interruptores, éste es un camino de despedida y de regreso a otro lugar, a otra forma, a otra vibración... La respiración se apaga, el cerebro se desconecta, el corazón se para, la sangre se estanca... Y aquello que rebosaba vida, termina convirtiéndose en un recipiente vacío. Nos llevamos los recuerdos, las enseñanzas, las emociones, las experiencias... Esa es la única maleta con la que podemos cargar para cruzar al otro lado de la línea. Pero igual que ocurre con nacer y venir al mundo, es un acto de soledad, un camino individual y personal, intransferible e inevitable.
Estamos preparados para caminar largos tramos de soledad porque ya venimos al mundo completamente solos y nos marchamos de la misma manera, sin embargo... Qué duro resulta a veces ¿verdad?.
Es natural experimentar sensaciones y percepciones donde pensamos que nos estamos rompiendo por dentro, donde sentimos que nos deshacemos, que todo se vence, que no hay donde poder apoyarse... Y creemos estar sumidos en un profundo pozo donde ni la mano de los que más nos quieren alcanza para sostenernos. Ésta sensación puede hacerse aún más "potente" cuando justo estamos pasando por procesos donde nuestra vulnerabilidad está más a flor de piel, cuando hemos descubierto nuestros miedos más profundos y sensibles, cuando nos hemos desnudado completamente o cuando hay algo realmente frágil de lo que estamos pendientes y que es un cambio brusco en nuestra vida. Es también una sensación agotadora para aquellas personas que viven enfermas o que realmente sienten que tienen que hacerse cargo de todo aunque su cuerpo físico, en muchas ocasiones, parezca que no da para más y el agotamiento les azota con un inesperado sopapo.
Todos arrastramos esa desdicha de soledad y junto con ella, muchas más veces de las que pensamos, también arrastramos una común sensación de abandono. Creo que muchas veces somos adultos, como dije en otro texto hace algún tiempo, por imperativo legal y creo también que nunca dejamos de ser esos niños que necesitan del abrazo de sus padres, del cobijo de su hogar, del "estoy orgulloso de ti" que te transmite la familia, de la estabilidad emocional de unos pilares que pueden ayudarte con todo... De ese círculo ancestral que parece haber perdido importancia en ésta sociedad y sistema con el que nos toca malvivir. Volver a la conexión de tribu, unión, pandilla, grupo.
Es normal que existan días donde hasta lo más pequeño pueda dolerte con una profundidad inexplicable, donde creas que un leve roce con algo que parecía "no tener importancia" de repente te ha hecho romperte en miles de trozos que han salido volando por los aires. Es normal que los días que te acuestes sollozando o con una catarsis agotadora donde lo único que imploras a la vida es que elimine de raíz esa sensación tan extenuante de no sentirte en compañía y de creer que estás ahí con la obligación de sostener y de aguantar viéndote forzado a mostrarte fuerte aunque por dentro te sientas dolorido, roto, desabrigado...
Hay personas que nacen con ésta sensación ya muy arraigada y desde pequeños la muestran, otros sin embargo la experimentan conforme la vida les pone en el camino "desagradables" situaciones. Y cada humano enseña esa herida con un sinfín de arquetipos y comportamientos, por ejemplo, hay personas que se muestran muy independientes y extremadamente resistentes ante cualquier adversidad porque se han convencido a si mismas de que es la única manera de sobrellevar esa soledad, sin embargo cuando esas caretas se vienen abajo y les toca hablar de manera sincera y abierta sobre esa emoción parece que todo se derrumba, como un árbol que cae tras ser golpeado por un rayo. Otras personas son más emotivas y necesitan descargar ésta pesadumbre con llantos. Otros crean necesidades para enmascarar ésta realidad, otros buscan inspiración a través de la experimentación de la soledad y el abandono, otros se aíslan, otros tiran la toalla, otros temen abrirse realmente a los demás... En fin, mil maneras y dos mismas heridas compartidas: soledad y abandono.
Todos tenemos un registro de recuerdos, sobretodo de la infancia y la adolescencia, donde personas que creíamos fuertes, protectoras e importantes no estuvieron a la altura de nuestros dolores. Estos registros son también los que se revuelven cuando en nuestra vida de adulto algo despierta éstas aflicciones. Quizás papá o mamá no estuvieron allí aquel día que te caíste, quizás normalizaste una conducta que con el tiempo viste no era positiva y sentiste que realmente abandonaron su papel de protección de tu inocencia, quizás no tuvieron en cuenta tu verdadero sentimiento y emoción haciendo todo lo contrario a tu necesidad (aunque fuese con su mejor intención), quizás te hablaron mal cuando aún eras un bebé y no tienes recuerdos mentales pero sí existe una sensación de familiaridad con ésta posibilidad, quizás no te arroparon con tu peor experiencia, quizás no pudieron o supieron sostenerte ante el descubrimiento de la primera cosa que más miedo te dio, quizás procuraron hacer de menos algo que para ti sí era de más, quizás no te dijeron suficientes veces que te aman y te quieren, quizás nunca pronunciaron lo orgullosos que se sienten de tu camino recorrido, quizás nunca te dijeron lo que realmente admiran de tu persona, quizás te culparon por algo de lo que en realidad se culpaban a si mismos... Sea por lo que sea, cada cual en su historia sabrá bien, es cierto que al final la vida es de alguna manera un vaivén dentro de éstas inherentes sensaciones que nos acompañan, incluso, hasta el final de la existencia.
Soledad y abandono son las lesiones más profundas de nuestra mente, también de nuestro ego, a veces incluso de nuestro corazón o de nuestra alma. Son las emociones que más nos agotan, porque soportar la vida física y ésta realidad muchas veces es durísimo, aunque nos de vergüenza, miedo y timidez reconocerlo.
¡Joder! Vivir no es nada fácil y es normal, muy normal, que existan días donde sientes que no puedes ni respirar más. Cuando te toca estar yendo y viniendo y buscando soluciones constantes mientras convives con tus propias inquietudes y surgen los terribles problemas inesperados a los que tenemos que hacer frente a la vez que intentamos seguir manteniendo éste camino de supervivencia, construcción, conexión y búsqueda constante de plenitud. Es normal que tengas días donde te agotes, que termines tan cansada o cansado que sientas que estás más solo que nadie, que incluso te de rabia la ausencia de algunas personas a las que tanto quieres pero que a regañadientes te toque aceptar que cada uno tiene su vida y que no todo el mundo, por desgracia, puede ofrecerte siempre que lo necesites un hombro para llorar, por eso cuando ocurre lo valoras con muchísimo más entusiasmo... Porque sabes lo difícil, duro y cuesta arriba que supone vivir cuando hay una ausencia de apoyo físico, de hombro con hombro, de trabajo en equipo donde poder liberarte, aunque sea por unos segundos, de algunas de esas cargas.
Y no, no hablo de dependencia. Hablo de que ya basta de desarraigarnos de lo natural, que somos seres humanos y animales sociales y tenemos necesidades emocionales que bien merecen ser nombradas, admitidas, reconocidas... Sin que supongan un tabú. Que tenemos registros emocionales, psicológicos, kármicos... Comunes en todos desde, prácticamente, la primera aparición del primer ser humano y no es malo decirlo "yo también lo vivo, yo también tengo días donde me siento completamente solx" o "yo también sé que a veces resulta difícil levantarse por la mañana cuando te viene un recuerdo, una sensación o un choque que despierta esa herida de abandono".
Estamos preparados para hacer lo más duro de la vida a solas, nacer y morir. Esto también nos prepara para poder abrirnos de corazón y dejar emerger incluso lo más incómodo de ser un humano ¿cómo te crees que se abre un corazón? Despojándole de toda esa roca que le rodea por miedo a ser juzgados, a ser manipulados, a ser pisoteados y señalados. Un corazón se abre admitiendo, llorando, pataleando, reconociendo, avanzando...
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