Hace unos días escribí en mi facebook la siguiente reflexión:
"Si no tienes algo bueno que decir sobre el físico de los demás, mejor no digas nada.
Cada ser humano está lidiando una batalla contra algo físico de si mismo (te lo aseguro) algunos porque se sienten gordos, otros porque se sienten muy flacos, otros no les gusta su nariz, otros no soportan sus estrias, otros no le gusta su pelo... Es difícil trabajar el amor hacia el cuerpo físico en una sociedad q nos vende un humo perfecto e imposible.
No estamos rodeados de naturalidad y aceptación de lo natural. Por eso, éstas batallas se hacen más duras.
Los comentarios: has ganado/perdido más peso, se te ve más flaco/gordo etc etc no ayudan y generan una y otra vez el mismo problema.
Si no tienes algo bueno que decir a los demás sobre su cuerpo, mejor no digas nada. No sabes con lo que tiene que lidiar a diario."
Lo cierto es que cada día tengo más claro que el ser humano está arrancado de su naturalidad. Estamos tan adoctrinados con la idea del cuerpo perfecto que no nos preguntamos sobre el cuerpo natural. Estamos tan instruídos con el programa de la piel perfecta, la forma perfecta, el peso ideal... Que no nos planteamos sobre el cuerpo natural y sus fases de cambio.
El físico es el envoltorio, regalo, que arropa todo lo más importante de nuestro ser. Sin embargo éste regalo, mezcla de vida propia y genética, es algo efímero con fecha de caducidad que pasa por ciclos naturales y biológicos. Envejece y hace reflejo de todo aquello que necesitamos somatizar, es también el registro ancestral de nuestros antepasados y de nuestras propias vivencias emocionales y físicas. En él se guardan las miles de cicatrices de caídas, de cambios de forma, de rabia, de dolor... Y también las miles de caricias de amor, de ternura y de vulnerabilidad que hemos compartido con cada persona que hemos conocido.
El cuerpo físico es la forma y la materia que se oxida conforme vamos creciendo, cuantos más años pasan, más se oxida. Es natural y es biológico, somos pura física y química construida dentro de la ciencia que estudia la biología. Células que nacen y mueren mientras se reproducen, alelos que componen nuestro color de ojos, nuestros folículos, nuestro tono de piel... Casual causalidad de dos personas que se encontraron y como fruto de ese encuentro salimos nosotros. En muchas ocasiones arrastramos determinadas señas de identidad familiar: lunares en el mismo lugar, misma delicadeza en la piel, mismo tipo de rizo en el cabello, labios gruesos... Y todo eso, amigos míos, es natural.
Y hay cosas naturales del cuerpo que resultan inamovibles en algunas circunstancias, y hay que aprender a vivir con ellas. Determinadas predisposiciones a evolucionar en forma, por ejemplo. O qué se yo... Cosas que parecen comunes de la rama familiar de la que venimos y que se repiten.
Estamos desarraigados de la naturaleza pura. No comprendemos el envejecimiento natural de la estructura física que nos soporta y aguanta, no queremos aceptar la imperfección como la base de la pura aceptación y felicidad. Y muchas veces, cuando estamos dolidos, de bajón, nos sentimos atacados... Respondemos atacando al físico de los demás. Respondemos contra un juicio hacia una parte de su persona, sabiendo que puede sufrir cambios favorables pero que hay ciertas "estructuras" que no pueden modificarse. Y también, cuando nos odiamos a nosotros mismos lo primero que hacemos es rechazar nuestro propio cuerpo físico.
La televisión, el marketing y los medios de comunicación nos han atormentado con esa idea repitiéndola una y otra vez hasta convertirla en realidad. Tal es el veneno que nos corrompe, que cuando vemos cosas tan naturales como un cuerpo con estrías por haber adelgazado, celulitis en un culo de mujer, una piel que ya no está tersa o arrugas en el entrecejo... Lo primero que hacemos es mirar con cierta inquietud que nos hace sentir incómodos. Nos sentimos incómodos ante "el peso de más" y también hacia cuerpos mucho más delgados, porque tenemos un ideal inyectado a sangre, un ideal sobre mujeres y hombres. Y por mucho que vayamos de abiertos, de personas con perspectiva underground, de sociedad metropólita y con miras abiertas, lo cierto es que hay que reconocer cosas muy duras de uno mismo hasta llegar a esa libertad de pensamiento.
Estamos tan arrancados de lo natural que somos capaces de juzgar a mujeres que no quieren depilarse porque pensamos que es antihigiénico, cuando sanitariamente se ha demostrado que con unos hábitos de limpieza habituales el vello púbico previene de infecciones bacterianas, ayuda a regular el PH y cuida mejor determinadas zonas delicadas de nuestro cuerpo. Sin embargo, la perspectiva que nos han transmitido tantísimas campañas de publicidad, tantísimos calendarios "femeninos" y tantísimos anuncios de gillette nos parece más seductora que la inexorable realidad de que somos primates que tenemos pelo y que lo necesitamos, mucho más que esos jabones irritantes, para mantenernos sanos.
Estamos tan desconectados con nuestra naturaleza corporal que nos atormentamos cuando llegados a los 40 años nos toca reconocer que nuestra cara de adolescente perenne nos abandonó hace ya, al menos, un par de décadas. Y cuando comienzan a salir las primeras canas, camino a los 30, se nos cae el mundo encima...
Buscamos una eterna juventud, física, que es inexistente. Queremos conservar la piel tersa como el culito de un bebé y ni una sola señal de vida... ¡Señoras! ¡Señores! Cada marca en su piel es una experencia vital de estar con vida. Cada pequeña mota, granito, cada pequeña cicatriz, cada piel colgandera, cada parte blandita y achuchable de ese milagro de la biología al que llamamos cuerpo, cada estría en las rodillas, entre los muslos o en los pechos, cada arruga por reír, por llorar o por preocupación, cada cana, cada pelito en el bigotillo, entre las piernas, en las mismas piernas o en las axilas... ¡Todo ello son muestras inequívocas de vida! De pura vida.
La variedad corporal que compone el mundo es lo que nos convierte en bellos. Cuerpos redondos, planos, con curvas o sin ellas, cuerpos curvys y cuerpos palillo (como el mío), cuerpos con pasados obesos o con futuros fibrosos, cuerpos musculados y tonificados y cuerpos blanditos y sin marcar nada... ¿Qué es más natural? ¡TODO ES NATURAL! Porque ninguna forma del cuerpo es perfecta, porque el cuerpo perfecto no existe, porque en la variedad está el gusto, porque todo depende del ojo que mira y valora, porque todo es sensible al cambio, porque todo es biológico.
Es hora de volver a sembrarnos en lo natural, en la aceptación de la naturaleza del cuerpo físico.
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