ARTISTA: GUADA |
A veces la gente vuelve, sí, y sólo depende de ti cuidar y compartir cariño de nuevo, sólo depende de ti cambiar rolles y entrar al juego. Sólo depende de ti observar, valorar y permitir. Pero muchas veces, muchas, la gente no vuelve. No. Y no pasa nada.
A veces las personas son pasajeras y otras veces no. A veces las personas se quedan en recuerdos y a veces, sólo a veces, se vuelven en presente y en futuro: con los mismos juegos, con diferentes juegos, con los mismos papeles o con diferentes papeles. Pero éstas cosas siempre ocurren al margen de nuestras expectativas.
Mereces vivir plena y para ello necesitas tener la libertad de marcharte, levantarte e irte, de esa sensación agotadora de las ventanas y las puertas medio abiertas. Mereces vivir volando y no esperando en la misma rama, mientras la vida vuela a tu alrededor con la intención de que te sumes a su recorrido.
A veces queremos mucho, a nuestros amigos, y de repente ya no son amigos. A veces queremos muchos, a nuestra familia, y de repente parece que ya no nos quieren. A veces amamos mucho, a alguien de quien nos hemos enamorado, y de repente ya no son las mismas circunstancias y la persona ya no está. Éstas cosas pasan en todas las vidas y a todas las personas. Y es una frecuencia natural también de vivir. Es parte del libre albedrío, del ir y del venir, del progresar, del avanzar y de seguir caminando. Y aunque puede resultar un golpe duro, sólo queda coger aire, aceptarlo y seguir progresando.
Nadie tiene porqué regresar a ti, a tu vida, aunque a veces sí vuelven. Pero lo más importante no es estar esperando que otros estén de nuevo aquí, lo más importante es que tú regreses siempre a ti. Y uno de los primeros pasos para lograrlos es abandonar la sensación de esperar, la amarga sensación de que ojalá nos den oportunidad cuando no se va a dar, de que ojalá podamos pedir disculpas y curar la herida cuando quizás nunca se podrá curar, de que ojalá esa amistad nos vuelva a valorar cuando quizás ya nunca más nos querrá. Y no pasa nada, aunque parece que pasa mucho.
Uno aprende: en presencia y en ausencia. Y aprendiendo es como uno vuelve a si mismo, que eso es lo más importante, regresar a la esencia de uno, a quien uno es. Prestamos, en ocasiones, tanta atención al "ojalá vuelva" al "deseo que todo se arregle de la manera que yo quiero"... Que nos olvidamos de prestarnos atención a nosotros. Y en la espera, esa amarga espera, que se va alargando con el tiempo, nuestras ropas se desgastan, nuestro corazón se mengua y miles de oportunidades diferentes pasan por delante de nuestros ojos sin que podamos apreciarlas con completa sinceridad y objetividad.
En ocasiones no sólo esperamos el regreso de personas, a veces esperamos el regreso de situaciones y de momentos, que aunque no se puedan dar exactamente igual deseamos y anhelamos que sean lo más parecidas posibles. Y ahí nos amarramos. En realidad, ahí nos condenamos.
Es en éstas eternas esperas, de personas/cosas/momentos, donde perdemos la vida, el entusiasmo, donde perdemos a veces la verdad de lo que realmente nos gusta, lo que realmente queremos, de lo que realmente podemos llegar a hacer. Porque nos quedamos ahí, anclados en un lugar, sin progresar y sin avanzar. Porque nos atamos ahí, a esa emoción, sin dejarnos sentir y experimentar nada más. Porque a veces nos obligamos y nos castigamos justo así, empecinándonos por una realidad y un absolutismo que impide a la vida hacer su magia.
Cuando nos aferramos de una manera tan "agarrada" a ese deseo, a ese anhelo, a ese apego, a esa añoranza, a ese "ojalá..." lo que hacemos es cerrarle las puertas a la magia de la vida. Y si las puertas están cerradas, la magia no puede seguir trabajando a nuestro favor. Algo horrible, créeme, porque lo he vivido.
Y a veces en ese trabajo tan "cabezón" logramos lo que tanto deseábamos, pero en algunas ocasiones esas cosas que hemos logrado no son ni parecidas a lo que creíamos: ese trabajo que queríamos recuperar, esa persona que queríamos de nuevo a nuestro lado, esa situación que queríamos vivir... De repente todo se ve como forzado, poco natural, todo es incómodo y sentimos que estamos en un hueco donde no encajamos. Es como difícil de sostener, nos despierta miles de miedos, ampollas y heridas, se siente como inestable y nosotros también lo estamos. Cuando esto ocurre así, es una señal de la vida que nos dice "te lo dí por empecinado, por cabezón, por testarudo y por tozudo, pero realmente esperaba darte algo mejor... Ahora estás viviendo los efectos secundarios de forzar una situación, de forzar una persona, de forzar una realidad que no tenía que ocurrir" Y vivimos esa destructiva realidad, ese choque contra la verdad: no podemos empujar las cosas para que ocurran, por mucho que así lo deseemos con todo nuestro apego, nuestro anhelo, incluso aunque sólo lo deseemos con el corazón.
A veces, lo mejor, es volver a uno mismo, regresar a uno mismo, aunque los demás o lo demás ya no esté en nuestra vida. Y darnos ese tiempo a nosotros, mientras la vida también va trabajando a su ritmo. Es ésta voluntad la que nos va a aportar mayor bienestar.
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