No decides de quien te enamoras... Sea humano, animal, lugar o experiencia. No decides donde depositas tu amor, ocurre. Ocurre de manera completamente inesperada, ocurre un día que te quedas mirando a aquel sitio que sientes que es el sitio de tu vida, ocurre cuando te quedas mirando a aquel animal que sientes que es el ángel de tu vida, ocurre cuando te quedas mirando a tu hijo, ocurre cuando te quedas mirando a tus padres, ocurre cuando miras a tu hermana, ocurre cuando miras a esa persona que hasta hace poco era completamente desconocida y ahora podrías, al menos, definir qué es lo que más le duele en su interior, cuál es su mayor error, cuál es su mayor don y cuál es la habilidad que le hace ser tan como es.
Éstas cosas, tan importantes en la vida, gracias a Dios no dependen completamente de nosotros. Ocurren. Un día quedas con alguien y una energía eléctrica eriza tu sexto sentido, tu intuición te da un empujón y terminas quitando la palabra "follar" por "hacer el amor" porque es lo que sientes que queda mejor entre los dos.
Un día andas por la calle y en un cubo de basura hay una caja con un animal necesitado de amor, con cuidado le das todo lo que necesita y desde entonces es tu compañero más fiel, incluso en las noches más calurosas donde nadie más se acercaría a darte compañía. Un día decides dar el paso de tu vida, coges un vuelo a la otra punta del mundo para explorar qué significa esto de vivir en un planeta y te quedas completamente prendido de todo lo que allí se escondía para ti y que sólo es apreciable en persona. En todo lo que rodea tu vida hay amor: en lo que tanto te apasiona, en tus hobbies, en aquello que te hace sentir más auténtico, en aquellos que comparten tu genética, en tus recuerdos... Y de nuevo, aquellos momentos en los que más amor ha habido, hay y habrá no dependerán de una decisión lógica y planificada.
Porque el amor es libre y aprender a amar todo (incluyendo a la vida con sus más y sus menos) es una forma de soltar nuestro control sobre cómo debe ser todo, sobre esa necesidad de perfección que siempre buscamos, sobre que "es que si no entra dentro de los esquemas de mi mente entonces no es". Mentira todo.
El equilibrio y el desequilibrio fluctúan con libertad dentro de la vibración del amor, pues el amor es la única armonía donde lo lógico y lo ilógico, lo científico y lo mágico, lo físico y lo químico, lo terrenal y lo espiritual... Tienen cavidad y además relación entre ellos. Es un lugar milagroso donde todo lo increíble se da, se relaciona. El amor es una armonía de polos: opuestos e iguales.
Los caminos del amor son inescrutables y la manera en los que se desarrollan, también lo son. Cosas que no se pueden averiguar ni antes, ni durante y tampoco después, cuando pensamos que el amor ya no está (pero siempre está, el amor siempre se queda).
El amor a tus amigos, el amor a una experiencia que queda en tu muro de los "grandes recuerdos", el amor a un logro personal, el amor a una meta conseguida, el amor a un progreso personal, el amor a un final y también a un comienzo... Todo ello se desarrolla en ambientes que no esperamos y que no controlamos directamente. Las cosas se dan, así como el propio amor viene y te da fuerte.
Inescrutables son también los caminos del amor propio, esa observación y comprensión de tu persona, completa y entera sin excusas. Y admitir quien eres, sin dejarte influenciar por lo que los demás creen que eres.
Las enigmáticas vías del amor, que nos llevan en muchas ocasiones incluso a nuestros infiernos más profundos. Y allí, solo allí, podremos liberarnos mostrando lo más salvaje de nosotros y convertirnos en la vibración más poderosa de nuestra Lilith interna. Para hacer el amor con los monstruos, uno tiene que aprender a amarlos.
Senderos que parecían impenetrables, llenos de maleza, pero que finalmente no podemos huir demasiado de tener que recorrerlos, sólo así podremos salir más enteros, aunque se nos reviente la vida, caigamos de rodillas y lloremos desquiciados sin comprender ni un sólo motivo, sobretodo aquellos que tienen que ver con nosotros mismos, cuando nos miramos dolidos en los charcos que forman nuestros lodazales y nos decimos "¿por qué soy así?". Entonces el desconsuelo nos ahoga y ahí, increíblemente, encontramos de nuevo una travesía inhóspita y misteriosa del amor.
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