La felicidad de unos días de fiesta dura lo que dura la fiesta esos días. Y después viene la resaca y el golpe contra la realidad.
Y la resaca es como el "bad trip" del "good trip" que se experimentó la noche anterior. Un revés, porque aquí todo tiene "otro lado". Precisamente entre unos lados y otros experimentamos ese punto medio que llamamos vida, observando matices de cada cara que compone la moneda de nuestro camino. Bien y mal, blanco y negro, sí y no, hola y adiós... Una dualidad que es, sin lugar a dudas, una esencia inherente a la existencia.
No podemos ser perfectos, somos humanos. Pero personalmente en esa humanidad elijo, incluso en medio de la nube de entretenimiento y distracción, ser fiel a mis sentimientos. Son lo único que me quedan míos, que conozco en su completo tamaño y magnitud, que definen por completo los principios de mi persona.
Llega ese punto en el que te tienes que ser fiel a ti, porque ves que aquellos que no lo son terminan aún más destrozados y en algunas ocasiones de forma irremediable. Da igual lo que ocurra, lo que parezca o las mil historias que puedan ocurrir, soy fiel a lo que siento.
Creo que esa fidelidad me ofrece más tiempo, más respeto, más comprensión... Sin buscar un camino de inmediatez para borrar cuanto antes cualquier muestra de vulnerabilidad, sensibilidad y realidad a flor de piel. Las cosas hay que vivirlas, si no... ¿para qué?.
Da igual las caretas que me ponga, al final el tiempo termina por tirarlas todas. Da igual lo fuerte que aparente ser, lo feliz que crea que me ven los demás, lo desenvuelta y bla bla bla... Lo cierto es que la realidad está mucho más hondo que aquello que sólo se aprecia con los ojos, en esa profundidad no hay cavidad para las falsas apariencias, ni los egos, ni los orgullos, ni rolles descontrolados, ni teatros... Lo que hay es la intimidad de la convivencia pura conmigo misma, con todo lo que está despertándose, muriéndose, descubriéndose, emergiendo... Y te aseguro que no es fácil, pero es lo que más compensa: ser fiel a todo eso.
Soy fiel a mi mar profundo, a ese océano de gran oleaje, que por encima de risas, música y borracheras, es el que me acompaña cada noche a dormir. Sin duda lo he visto claro y prefiero que sea así a despojarme, como si tal cosa, de algo auténtico. Al final nuestros sentimientos, creo, son lo más real que tenemos a nuestro alcance.
Me doy la importancia suficiente, y le doy el respeto y la importancia suficiente a mi corazón, como para saber que si aún ondea y llamea, quiere decir que está ocupado. Y prefiero un clavo a tener veinte bajo la piel mientras me como y me creo mi propio autoengaño. Así es como mucha gente cree salir de sus pozos, autoengañándose y luego resulta que de tanto mentirse no se pueden abrir a la verdad y hay cosas muy poderosas que se alimentan de verdad entre ellas el amor, por lo tanto se terminan cerrando a estados vitales y puros.
No soy de las que pasan de página como si tal cosa porque hay cientos de preguntas que aún me retumban dentro, también me retumba la extraña sensación (y desagradable) de sentir rabia por ser humana y un profundo anhelo por ser una sequoia canadiense y que mi mayor problema en la vida sea crecer hacia el sol: grande, hermosa e imponente.
Ojalá todo fuese más fácil y yo misma también lo fuese. Pero no sé porqué resulta que la complicación parece una vibración natural de la vida, incluso en aquellos que presumen de no complicarsela. Cada cual busca su consuelo como puede, algunos repitiéndose como un loro que ellos tienen una vida 0 complicada (no he visto yo eso nunca...).
Que todo pase pronto y pase para bien, pero mientras esto ocurre conservemos todos la conexión real con nuestro sentir sin justificaciones, sin teñirlo de otra cosa, abrazándolo en su enorme vibración.
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