¿Sabes? todo hay que sentirlo, notarlo, palparlo en lo más profundo de tu ser...
jueves, 12 de julio de 2018
Somos adultos rotos con niños enteros:
A lo mejor una de las peores tempestades que vivimos como seres humanos es admitir que, siendo adultos, recorremos un camino constante donde nos vamos haciendo pedacitos. Pero que hay una parte que nunca se rompe, una parte de luz y esperanza que se revela fervientemente contra nuestras actitudes adultas. Es la parte que siempre está entera: nuestra luz interior.
Ésta escultura ucraniana representa dos adultos tras una pelea y cómo sus niños interiores aún quieren abrazarse y sentirse. Cuando cae la noche la parte de los niños se ilumina, simbolizando el rayo de luz y esperanza que todos tenemos dentro. El único camino para hallar la paz, el reencuentro y la unión.
A veces en la vida las cosas pasan porque sí. Y no hay más razón, ocurren y quizás con el paso de los años encontremos un aprendizaje que nos haga sentir mejor o por lo menos que compense la cantidad de tiempo que hemos estando preguntándonos "¿por qué?". Porque cada día en la vida tiene algo inesperado y en ocasiones esos acontecimientos inesperados no son tragos dulces.
Un día te levantas y te diagnostican una enfermedad que cambiará el rumbo de toda tu vida y te condicionará. Un día te levantas y de repente una llamada te avisa de que ha muerto una persona demasiado importante en tu camino. Un día te levantas y toda esa vida que habías construido, de repente ya no está y parece ir desmigándose con rapidez. Un día te levantas y con quien vivías te dice que se ha enamorado de otra persona.
Porque no todo es para siempre y porque la vida está llena de cosas que realmente no esperamos, pero con el tiempo nos vamos preparando para soportarlas. Y las aguantamos, porque al aguante no hay nada que nos supere. Y al final, un día inexplicablemente encuentras que aquello que tanto te había dolido ya no importa, vuelves a sonreír y aprendes aunque no encuentres las razones, porque aprender tiene poco que ver con la razón y más con la observación. Pero a pesar de todo esto es inevitable que, por mucho que encontremos cosas que vayan compensando esas realidades tan chocantes, nos rompamos. Y cuantos más años tenemos, más rotitos estamos.
Me gusta imaginar de manera poética que esos pedazos en los que nos resquebrajamos son la única manera para dejar salir la luz de nuestro niño interior. Como una capa de piedra dura que nos rodea y que hay que abrir a golpe y martillazo para hallar el diamante que hay en su interior.
La mayor parte del tiempo estamos viviendo sumergidos en una inercia impregnada de emociones y de acontecimientos, con el día a día seguimos manteniendo esa máquina en marcha, tomando unas y otras decisiones sin ser capaces de apreciar que las decisiones no-elegidas son también caminos que no recorreremos. Y entre tanta complejidad, tanto descubrimiento, tanto aprendizaje... Terminaremos admitiendo que quizás no entendemos nada, no entenderemos nada.
Estamos aquí y allá, parece que avanzamos pero de nuevo retrocedemos, nos estancamos, nos volvemos a animar, de nuevo de aquí y allá. Y también de nuevo avanzamos pero otra vez retrocedemos, nos estancamos... Y nos consolamos sabiendo que todo será para un bien mayor, porque al final ese el único cobijo que nos queda cuando todo es sufrimiento.
Ya lo dije una vez en uno de mis primeros textos en éste blog "Todos estamos un poco rotos y eso nos vuelve un poco locos". La vida nos rompe y nos machaca. Salimos adelante arrastrando los pies y quejándonos de los dolores, los anhelos nos comen las vísceras y los ojos se nos llenan de lágrimas.
Y entre tanto dolor, a veces ocurren milagros: cumples un sueño, encuentras un camino que realmente te hace feliz, conoces a alguien increíble y te enamoras, tienes hijos, eres abuelo, creas tu propia empresa y eso te hace sentir satisfecho, publicas un libro, viajas al otro lado del mundo y eso cambia por completo tu concepto sobre ti mismo y lo que estabas haciendo hasta ahora. Pero incluso con esas cosas buenas y reconfortantes, necesitamos comprender y abrazar desde la humildad que todos seguimos rotos y que la única parte que nunca se rompe, que no se corrompe con el orgullo y la rigidez que caracteriza la actitud adulta, es nuestro niño interno.
A veces pienso que es precisamente nuestro niño interno el que se enamora, porque teniendo en cuenta nuestra parte de adulto tan rabiosa, cólerica, enfadada y resignada porque no encuentra ninguna respuesta satisfactoria sobre su propia existencia, creo que nuestro lado adulto es incapaz de tirarse de cabeza al amor.
Precisamente pienso que es éste lado el que funciona como resorte de autoprotección, resistencia, huida... Y el que más basurilla despierta para poder hacer todo más complejo sin pararse a observar, objetivamente, la belleza del instante.
A lo mejor algún día volvamos a ser niños completos. Como la mirada de un anciano, que parece volver a esconder toda la inocencia que tenemos en la infancia, esa inocencia que en los años anteriores parece haberse ausentado. O como los gatos muy mayores, que de nuevo recuperan un brillo especial en sus pupilas como cuando son gatitos y lo conservan hasta el último día de su vida.
Quizás entonces no sea demasiado tarde para abrazarnos desde esa luz, aunque caigan mil tempestades y todo se convierta en una profunda oscuridad.
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