Muchas veces hablamos de la clase de adultos que somos y otras muchas del niño o niña interior que tenemos cada uno... Pero pocas, poquísimas veces, hacemos referencia a nuestro adolescente interior.
Aunque la adolescencia es una de esas épocas a las que pocos volverían, es un punto de inflexión y definición muy importante a nivel psicológico, físico y emocional. Una parte muy importante de nuestras características como individuos se desarrollan o comienzan a desarrollarse en esa edad y aunque siempre decimos que los niños son esponjas, lo cierto es que creo que el ser humano siempre es una esponja y absorbe constantemente. En la adolescencia es donde más absorbemos: gustos, características, nos iniciamos en nuevos hobbies e incluso creamos relaciones sociales que pueden perdurar (aunque sólo sea porque es lo políticamente correcto) toda nuestra vida. Y lo que más recordamos con cariño es ¡cómo amamos cuando somos adolescentes!.
Si bien de pequeños sentimos un amor intenso, indefinido y con cierta inocencia, en la adolescencia y con las hormonas en ebullición todo se empieza a mezclar con matices sexuales, atracciones que nos cuesta definir, primeros contactos con una realidad que también nos acompañará una vez que seamos adultos. Cuando amamos siendo adolescentes sentimos que nos podemos comer el mundo y posiblemente sea también cuando más nos marca el amor, incluso aún cuando siendo adultos y teniendo claras las reglas del juego alguien nos haga mucho daño, nos manipule o no tenga en cuenta nuestras sagradas emociones.
Pero siendo adolescentes sentimos una nube donde todo es posible y somos capaces de enfrentarnos y encararnos a cualquiera que intente convencernos de lo contrario. Y todo se vive tan intenso, que parece que es lo único que existe. Conforme crecemos muchos vamos perdiendo esa intensidad y nos embadurnamos de la cruda realidad... Sin embargo hay un punto muy importante en ésta forma de sentir, un punto liberador, también inocente pero sobretodo que rebosa entusiasmo, ilusión y alegría. Tres energías que no pueden habitar de manera cómoda y sostenida bajo las sobreprotecciones del adulto y de su mundo de caretas, coherencia desmedida y objetividad subjetiva.
Con cierta habilidad uno puede ser adulto y amar como un adolescente, sin que esto signifique una carga o una insana relación codependiente. ¿Qué es lo que podemos quedarnos del "amor adolescente" en el mundo adulto? Pues por ejemplo, no cortar la alegría y la sonrisa cuando un recuerdo sobre el ser amado se nos cruza por la cabeza. Otro ejemplo sería, no ponerle barreras a la espontaneidad... Una muy buena amiga mía me explicó que el amor es como una ola y que cuando te caza, no puedes encontrar nada para pararlo, sin embargo aunque el amor te llene a veces somos nosotros mismos quienes nos condicionamos y cohibimos. La espontaneidad y las ganas de hacer algo improvisado, como escribir un mensaje, realizar una llamada o una visita sorpresa llena de ilusión, marcan una significativa diferencia.
Quizás esa diferencia sea la libertad que se le permite a la vida para expandirse en forma de amor y quizás sea también la oportunidad que nos brindamos al volver a amar con pasión. Al final, es en éste presente donde se traza y cose lo más importante para el futuro, aquí tienes casi un 90% de la materia que necesitas para construir un futuro como deseas... Y creo que no hay mejor manera de tratar ésta energía que permitiéndonos sentir sin que todo sea tan cuadriculado.
Permitir al amor sacar a nuestro adolescente interior (a ver no malinterpretéis, tenemos habilidades de adulto para no convertir todo en una crisis existencial como podíamos vivir en esa edad) es aportarle a nuestra vida una chispa de juventud, necesaria y fundamental para poder tener energía y tirar hacia adelante con lo que sea. Y lo que sea es también el amor.
Ya sabéis que yo soy de la escuela de "todo lo que está relacionado con el amor no siempre es fácil" pero resulta más llevadero si lo disfrutamos plenamente sin tener que estar reprimiendo y conteniendo nuestras muchas ganas ¿o no?.
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